Una técnica existe cuando es coherente en sí misma y cuando existe una conciencia al respecto en la persona que la utiliza.

Una técnica ideal es aquella cuyo aprendizaje se utiliza para expandir las posibilidades de un músico.

Dentro de esa lógica (expandir las posibilidades), es bueno no quedar satisfecho ni siquiera una vez alcanzado un resultado que nos agrade. Muchas veces, se toca de una manera (aunque guste, o quizá justamente limitados por ese gusto) porque no se conoce o no se intentó otra.

Un ejemplo clásico eran los guitarristas que sólo tocaban apoyando los dedos de mano derecha. Desde luego que esa mecánica provenía de un gusto muy dirigido: el sonido vigoroso y lleno que sale de un toque apoyado. Ahora bien, semejante preferencia los llevó casi a descartar por completo el toque “tirando” de las cuerdas. El no trabajar ese toque (en algún punto del desarrollo guitarrístico durante el siglo XX, ya casi vuelto un tabú) llevó a que la calidad del sonido del toque “tirando” fuera muy pobre en algunos guitarristas. La generación siguiente, viendo ese error, encontró como solución (así explicado parece poco astuto, pero había que estar en esa época) el intentar tocar lo más fuerte posible con el toque “tirado” y no recurrir nunca más al apoyado, generando un sesgo equivalente. El sonido mismo del toque apoyado pasó a ser un tabú.

Y en este punto (sin detenerme mucho en un tema que, sin dudas, da para mucho más) sería bueno reflexionar sobre como “el gusto” puede ser un prejuicio adquirido que se vuelve una limitación. Por eso es que hay que trabajar, sobre todo, con lo que nos resulta desagradable. En ese terreno al que no nos atrevemos a internarnos, casi siempre está lo que necesitamos. Este es un trabajo realmente arduo, por cuanto no implica un trabajo fatigante para los músculos, sino un esfuerzo de la intuición y el espíritu para sumergirse exactamente en eso que estamos programados para evitar. Porque no se trata de educar solamente las manos, es nuestra imaginación musical la que tiene que crecer.

Si uno tiene un sonido muy bueno con un toque, es obligatorio trabajar el otro. Quizá, después de ese trabajo, se termina volviendo al original, aunque siempre esa vuelta es con algún extra. Mi toque apoyado mejoró muchísimo después de trabajar el toque “tirando”. Si no se cuenta con varias herramientas, se terminará dando todo el trabajo a la única que nos funciona.

Y esta pregunta que siempre me ronda: si sólo se puede hacer de una forma, ¿realmente es eso lo que se quiere? Aún si esa forma es buena, o, si tal cosa existiera, “la correcta”, (“la que está bien”, como a veces preguntan los alumnos), y uno no puede hacer “la incorrecta”, hay una limitación. Inclusive si uno no puede emitir los sonidos que considera desagradables: si no lo podemos hacer mal cuando lo queremos hacer mal, es probable que cuando lo queramos hacer bien, no salga tan bien.

 


Este pequeño escrito es un fragmento de varias reflexiones que voy anotando después de dar una clase. Muchas veces la pregunta del alumno es “¿Cómo te diste cuenta?”. O incluso, a veces, el alumno no pregunta, sino que afirma con preocupación “Yo no habría podido darme cuenta si no me lo decías vos”.

No soy el primero en pensarlo, desde luego, pero considero que, además de enseñar en sí un recurso, el trabajo del profesor es tratar de que el alumno comprenda la importancia de ese recurso. Si la comprende, lo encontrará por si mismo más tarde o más temprano. Tuve y tengo la suerte de ser formado por grandes maestros, y quizá lo más importante que me han dejado son ideas sobre cómo estudiar, como encontrarse con lo que no conocemos.

 

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