Aunque estos pensamientos podrían ser útiles para otros órdenes de la vida, y la tentación de hacer una relación entre lo que sigue a continuación y un sinfín de situaciones (desde situaciones de aprendizaje de otras disciplinas hasta situaciones inclusive cotidianas) es grande, me referiré a ellas exclusivamente desde la perspectiva del estudio diario de la guitarra (u otro instrumento, aunque todos los ejemplos serán guitarrísticos). Cualquier asociación extra corre por cuenta del lector.

Para ser más preciso, me gustaría centrarme en el estudio de la guitarra clásica, que lleva su propia dinámica en el amplio mundo de la guitarra y de la música, fuertemente determinado hoy día por las academias y por los concursos.

Los guitarristas solemos estar obsesionados con “no equivocarnos”. Sin entrar en el terreno del relativismo del considerar qué es error y qué no (incluso si existe tal cosa como el error, siendo que lo correcto y lo incorrecto a veces pueden ser intercambiables según el contexto; todas reflexiones que son muy importantes para cualquier estudioso pero en este caso son harina de otro costal), me gustaría en estas líneas hacer un elogio del error. No solamente porque (como reza el dicho) “de los errores se aprende”, sino porque nos proporcionan una herramienta fundamental para el crecimiento.

La obsesión con el no equivocarse no existe solamente durante un concierto, sino -y sobre todo- durante el estudio. Sin ir más lejos, en general, consideramos el estudio como un procedimiento necesario para evitar el error. Y desde luego que, durante una ejecución, uno quiere evitar ese error. Y no estoy negando que el estudio efectivamente tiene que brindarnos la posibilidad de una ejecución limpia y segura que nos de tranquilidad cuando nos exponemos ante un público, y la comodidad necesaria para transmitir el contenido musical/expresivo de lo que ejecutemos. No obstante, sí quisiera en este trabajo motivar a la búsqueda del error, la aceptación de éste, e incluso su valoración, ya que el error es la información de mayor valor de la que disponemos para trabajar en el desarrollo de nuestra técnica.

Cuando digo que la obsesión por evitar el error está también presente durante el estudio, no me refiero al indispensable proceso de reflexión e investigación que hacemos para corregirlo, sino a la actitud general (de nuestra mente e incluso de nuestro cuerpo) de forzarnos a evitar un error aún cuando practicamos una simple escala en una sala vacía. Esta predisposición de nuestra mentalidad, que sin duda lleva a una idéntica predisposición del cuerpo (que refleja un estado de mayor “dureza” de los músculos) puede (o no) ser conducente durante una presentación en público, pero sin duda es inconducente durante una sesión de estudio.

Lo que digo puede parecer una simpleza, así que para explayarme, le propongo al lector que reflexione sobre este ejemplo de entre la infinitud de ejemplos posibles:

¿Cambia el estado de tensión del cuerpo en una escala de dos octavas en el momento de hacer un cambio de posición de mano izquierda? Si es así ¿Puedo encontrar el mismo resultado si no recurro a ese “salvavidas” de cambiar el tono muscular durante el cambio? Aún más: ¿Puedo lograr hacer bien el cambio de posición sin incrementar la atención sobre la mano izquierda en ese momento? ¿Podría no prestar atención (por ejemplo, mirando hacia otro lado, o desviando la atención, digamos, a la mano derecha) y resolver de la misma manera el cambio de posición?

Algunos pensamientos en caso de que la respuesta a las últimas dos preguntas sea negativa:

El efecto de incrementar la atención sobre una parte del cuerpo es, evidentemente, reducirla sobre el resto. He observado con bastante frecuencia en mis alumnos que durante un cambio de posición de la mano izquierda, la espalda cambie de posición, o incluso, que aumente la tensión en la mano derecha aún cuando ésta no está haciendo ningún trabajo dificultoso. También el efecto de incrementar la atención suele ser un pequeño aumento de la adrenalina, es decir, de la sensación de que estamos corriendo un riesgo.

Ahora bien ¿qué pasa si suspendemos esos mecanismos de “reducción de riesgo” y nos entregamos a la posibilidad de cometer el error? Es decir ¿qué sucedería si nos permitimos cometer el error?

Me adelanto en la respuesta: si nos permitimos el error, el error va a suceder. Es decir, no será una solución. En cambio, será el comienzo de la solución que es identificar el problema. O -por qué no- asumirlo.

Una vez conocí a un ejecutante de saranghi que había estudiado en la India con el gran maestro Alí Akbar Kahn. Según me contó él, Alí Akbar Kahn fue reconocido entre sus pares porque podía sacarle a su instrumento sonidos que nadie había escuchado. Interrogado sobre el tema, Akbar Kahn respondió que su fuente eran sus errores. Ahí donde él quería lograr algo pero salía otra cosa, investigaba y trataba de reproducir el sonido del error. Este acercamiento me parece maravilloso. En lugar de considerar al error como algo que se tenía que corregir, el maestro hindú lo consideraba un descubrimiento.

Aún si la anécdota no fuera real (lamentablemente, perdí el teléfono del señor, un argentino que vivía en Manheim, Alemania, y también olvidé su nombre. No así su personalidad y la hermosa reunión musical y la charla, que se desarrolló en no más de unas tres horas) ¡cuán interesante sería este enfoque de ahondar sobre el error! En lugar de intentar que no se reproduzca, hacer lo contrario: intentar reproducirlo. Comprobará el lector que reproducir exactamente un error es algo de lo más difícil que existe; es infinitamente más difícil reproducir un error que evitarlo. Esta idea me hace pensar en que el error es en la misma medida más interesante que el acierto, pues es un campo más vasto y, por qué no, más bello. O, al menos, porta un sentido muchísimo más grande y por ello es muchísimo más expresivo. El error es el cuerpo expresándose de la manera más directa que existe.

Lo peor que podemos hacer con una expresión que emerge, es intentar negarla o, para decirlo en jerga psicoanalítica, reprimirla. De esa represión surgen bloqueos incluso musculares y, por supuesto, trabas en nuestro aprendizaje.

Encontrar un error suele ser un motivo de disgusto. De alguna manera, uno se apercibe por haberlo cometido y si no encuentra una solución permanente, aún más. Todo esto influye muy negativamente a la hora de presentarse en público porque produce inseguridades y miedos, que, en el mejor de los casos, se constituyen en un bloqueo de la expresión, por cuanto el componente sentimental del ejecutante está muy ocupado en trabajar con esa inseguridad. En el peor, esa inseguridad se transforma en profecía autocumplida, pues tanta fijación en el error acaba por reproducirlo. Esto aporta aún más a minar la autoestima del intérprete, muchas veces por un simple “pifie” en una o dos notas de una obra extensa.

Esta situación, con el paso del tiempo y la evolución del aprendizaje profesional, lejos de superarse, se va volviendo aún más pesada, ya que cuanto más avanzado es el músico, y cuanto más tiempo de vida ha dedicado al estudio de su instrumento, más supone que no debería equivocarse. El alumno inicial siente lo mismo pero piensa que su solución es adquirir los recursos del intérprete avanzado.

En mi caso personal, hace casi treinta años desde que tomé mi primera clase de guitarra. El descubrir un error “nuevo” (es decir, un error o una falencia que no haya identificado previamente) debería suponer una tragedia después de tanto tiempo invertido en estudiar la guitarra. Muy lejos de eso, encontrar un error nuevo me provoca una sensación de algarabía. Considero que el error no “apareció”, sino más bien que “lo descubrí”. El problema estuvo ahí desde siempre, no se generó la semana pasada. Encontrar un nuevo error significa, sin ninguna duda, un avance en mi capacidad de análisis, y todavía más: significa un avance en mi técnica, que permitió que ese error suceda.

Claro que todo esto parece un hermoso palabrerío o una buena frase motivacional. Me explayo, y vuelvo a el ejemplo del cambio de posición de la mano izquierda. Si el cambio de posición salía “bien” mediante el uso de cierta tensión muscular que luego logramos evitar, eso puede entenderse como un crecimiento de nuestra técnica. Pero, a la vez “destapa” un nuevo problema: el cambio de mano izquierda deja de salir “bien” (en este caso, se vuelve impreciso). Lejos de sentir esto como una pérdida, tenemos que aprender a sentir felicidad cada vez que un nuevo problema aparece, porque esto significa seguramente la concreción de un crecimiento, ya sea en nuestra técnica o ya sea en nuestra capacidad de autopercepción, que nos permitió detectarlo.

Igual que a “lo reprimido” (vuelvo a tomar la palabra en el sentido de la jerga psicoanalítica), a “lo incorrecto” (“el error”) necesitamos darle un espacio, hacerle lugar para que se manifieste en la acción.

Si cuando estamos estudiando, en lugar de “prohibirnos” cometer un error que (de alguna manera) sabemos que podría suceder, nos lo permitimos, de a poco, esa sensación de inseguridad se convierte en una placentera sensación de relajación y comodidad. Aprender a permitirse el error y a disfrutar de la sensación de “falta de control” durante el estudio es un hermoso y necesario trabajo para poder crecer en nuestra técnica, y también para poder manejarnos con esa sensación durante la ejecución en público. Y un paso más adelante: es posible aprender a querer y valorar ese error. En su unicidad, en lo que cuenta de nosotros mismos cada error, que suele ser bastante más que lo que cuentan nuestros aciertos, y en su aparición espontánea, hay algo de intervención divina que le da un manto de sagrado.

 


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