En la entrega pasada, publicada el día en que Ástor Piazzolla hubiera cumplido 100 años, me proponía intentar abordar esa vieja discusión sobre si Piazzolla es o no tango desde una perspectiva un poco más ampliada. Aquella discusión que fue tan acalorada en vida de Piazzolla, y después -decía- ya es casi parte del pasado.
También me refería a un detalle que creo que es muy interesante: la exitosa carrera de Piazzolla fuera de Argentina lo posicionó con tal magnitud, que mucha gente sólo tiene a éste como referencia de lo que es tango. En ese sentido -y seguramente para horror de muchos-, Piazzolla no solo es tango, sino que la palabra “Tango”, para mucha gente (quizás la mayoría), remite casi únicamente a Piazzolla.
El efecto hipnótico de su música, que combina ciertos elementos del jazz y de las vanguardias académicas del siglo XX con el tinte nostálgico y la energía rítmica de las melodías tangueras, y todo dentro de un marco musical que nunca se escapa de la práctica “estándar” de la música de cámara europea, ha hecho que prácticamente no exista un melómano en la faz de la tierra que no identifique a la Argentina toda con su música.
El hecho de que Piazzolla haya podido conquistar a un público cuya sensibilidad jamás se hubiera enfocado hacia el tango (y no solo fuera de Argentina: también a gran parte del público que había abandonado el tango después de la irrupción del rock en la escena musical), que en algunos casos ha ido descubriendo después el resto de los músicos de la historia del género, es un hecho sin dudas para celebrar (y agradecer); para quienes consumimos mayormente tango identificado con la tradición, el que su escucha sea tan cómoda a gente a la que -por lo demás- no suele sentir la misma comodidad con la escucha del tango, es también una muestra de que la música de Piazzolla es (como mínimo) algo más que tango.
La visión de Piazzolla como un músico “superior” a los demás tangueros padece de cierta visión “positivista” de la música que considera más “evolucionado” a un músico que aprendió las técnicas de composición europeas y las aplicó a un género popular. Una obra con un pasaje de imitación entre voces que lleva como título “Fuga y misterio” sin dudas parece más “importante” que una que sólo tiene una melodía con pocos acordes y se llama “El choclo”. No es ésta la nota para tocar esta temática en profundidad, pero al menos quisiera dejar plantada la idea de que hay algo grandioso y sublime en saber traducir el sentir a través de una melodía simple que puede reconocerse en una tradición. Bien entendida, se sabe, la tradición es una cosmología popular que transmite una enorme sabiduría.
En todo caso, si se dice que Piazzolla fue un músico diferente a los demás por incorporar elementos que eran ajenos a la práctica de la época, se puede acordar en que no es tan descabellado separar a Piazzolla de la lista de los músicos de tango que lo representan cabalmente. Si, por el contrario, se acepta que es uno más de ellos, decir que era el mejor es tan lógico como decir que el mejor era, por decir, Fulvio Salamanca. Quiero decir, depende del gusto de cada uno. En cuanto a la calidad de cada músico, se verá que un juicio imparcial no arroja resultados muy concluyentes sobre quien se puede considerar el mejor.
Si, como dice Piazzolla, “en 1955 empezó a morir un tipo de tango para que naciera otro, y en la partida de nacimiento está mi Octeto Buenos Aires”, lo cierto es que el camino que él eligió no era el único posible. En la pasada entrega hicimos un breve recorrido por otros músicos de la vanguardia del Tango durante los años 1950 y 1960; y en esta, me gustaría ver como pasaron esos años las orquestas que habían brillado con todo su esplendor en la llamada Época de Oro del Tango, que ya empieza a avizorarse en la segunda mitad de la década de 1930, y comienza su declive hacia 1955, como lo señaló Piazzolla (Piazzolla elige esta fecha por ser la del comienzo del Octeto Buenos Aires, pero hay también muchas circunstancias que hacen a la decadencia del tango como género popular más o menos por la misma época). Y, como el propósito de esta serie de artículos es el de proponer una guía de escucha que, partiendo del Octeto Buenos Aires, vaya trazando una línea hacia atrás en el tiempo, solamente elegiré a las orquestas que trabajaron en colaboración con Piazzolla o gozaron de su admiración. Me refiero a la formación que es el arquetipo del grupo de tango: la llamada Orquesta típica, que se compone de tres o más bandoneones e igual número de violines, contrabajo y piano.
Finalizando la década de 1950, muchas orquestas debieron bajar la persiana para siempre, y sus músicos, en muchos casos, abandonaron la profesionalidad para dedicarse a otras carreras. Muchos de los directores formaron grupos más pequeños, como fue el caso del Quinteto Real que citaba en el número anterior, formado con tres directores de orquesta muy famosos: Horacio Salgán, Enrique Mario Francini y Pedro Laurenz. Decía allí que Piazzolla admiraba tanto a Salgán durante su juventud que se escapaba del cabaret en donde tocaba durante los descansos para escucharlo. En una reunión que tuvieron en AADI, Piazzolla le confesó que al escucharlo pensaba que nunca podría lograr su altura y quizás le convenía dedicarse a otra cosa. “Casi me cuesta la carrera”, fueron sus palabras.
Salgán logró rearmar su orquesta varias veces luego de la experiencia del Quinteto Real. Aquí les comparto una versión magistral de Tierra querida, el tango de De Caro, grabada en la década de 1960. Ya se escucha en ella el aporte a la paleta orquestal de la guitarra de Ubaldo De Lío. También se encuentran en la orquesta dos músicos que tocaron con Piazzolla: Antonio Agri (violín) y Leopoldo Federico (bandoneón). El escucha conocedor de Piazzolla, sospecho, reconocerá algún pasaje llamativamente parecido en Decaríssimo.
En algún momento de toda la controversia sobre su pertenencia o no al Tango, Piazzolla habrá dicho “basta”, pero cuando formó el Octeto Buenos Aires, para él era una preocupación. Por eso, antes de su primera presentación en público buscó una opinión autorizada: la de Osvaldo Pugliese. Luego de escuchar un concierto privado con el repertorio del Octeto Buenos Aires, dió su veredicto: “Es tango”. Con el paso de los años, Pugliese (director de una de las orquestas más reconocidas de la década del 40 y del 50) siempre redoblaría apuestas para sostener su orquesta, que continuó hasta su muerte en 1995. Sus mejores músicos lo abandonaron en 1968 para formar el Sexteto Tango que, con su formación más reducida, podía asegurarles una mejor salida laboral. Pero el rearmó su orquesta sumando a músicos mucho más jóvenes, convirtiendo así a su orquesta en un eslabón más de la cadena de transmisión del tango, o, como el mismo Pugliese dijera “un engranaje más dentro de la máquina tanguera”.
Mederos, Binelli y Mosalini, junto a la experiencia y pericia de Arturo Penón como primer bandoneón, formaron otra legendaria fila de fueyes que poco tenía para envidiar a la que les precedió (con el legendario Ruggiero, Plaza y Lavallén). Fueron seguramente ellos (fanáticos piazzolistas) los que habrán motivado a Pugliese a hacer música de Piazzolla. Es increíble como lograron arreglarla al estilo de la orquesta, algo que se demuestra en cada una de las grabaciones de Pugliese, sean de tangos propios, antiguos, o música de Piazzolla, Salgán o Rovira. Aquí dejo la grabación de ZUM, de Piazzolla.
Tanto en Salgán como en Pugliese podemos advertir fácilmente el parentesco estilístico, quizás debido a la filiación de todos en el estilo de Julio De Caro (de quien inevitablemente nos ocuparemos en ediciones posteriores): el uso de la síncopa y el contratiempo; los efectos de percusión sobre los instrumentos; el uso del patrón rítmico 3+3+2 típico de la milonga, la formación de motivos cortos sobre la que se va construyendo toda la obra (en Salgán, en su célebre “A fuego lento” y en “La Yumba” de Pugliese se ve patente), que cumplen la misma función que los riff que se usan en el jazz; la ejecución de rubatos muy notorios y hasta agresivos; cierta movilidad del tempo (más notable en Pugliese después del 60, presente en general en Salgán aunque con menos frecuencia), el arreglo que suele recurrir a modulaciones abruptas, son algunos de los elementos que se perciben con una simple escucha comparativa.
Pero el mentor de Piazzolla en el Tango fue Aníbal Troilo, quien es quizás el símbolo de la música porteña. Es difícil saber qué parte corresponde a uno y otro, porque, a su vez, Piazzolla fue músico y arreglador de la orquesta de Troilo en los años 40, el encargado de arreglar varias de sus interpretaciones más recordadas, como la de “Quejas de bandoneón”. Pero no hay dudas de que el estilo de tocar de Piazzolla le debe mucho al de Troilo, que con toda justicia fue llamado “el bandoneón mayor de Buenos Aires”. Aquí, la orquesta de Troilo ejecuta “Para lucirse”, de Piazzolla, con arreglo de éste y un solo antológico de bandoneón de su director.
Al contrario de la historia que suele contarse, Piazzolla no dejó el tango por no recibir el respeto de sus pares. En realidad, en la década del 50 se lo ve como un músico solicitado por las orquestas más importantes del momento. Él y Argentino Galván son los únicos dos músicos que logran retirarse de las actuaciones y vivir únicamente de arreglar o componer.
No fue solamente Troilo quien (varios años después de desvinculado Piazzolla de su orquesta) le encargara arreglos e incluso composiciones originales. Aquí podemos escuchar a la orquesta de Osvaldo Fresedo ejecutando “Triunfal”, de Piazzolla, también con arreglo de éste último. La orquesta de Fresedo es probablemente la orquesta de mayor duración de la historia del Tango. Su director hizo sus primeras armas a finales del período de “La guardia vieja”. La presencia de Fresedo, tanto como la de De Caro, es
fundamental para producir el cambio de época, algo que no se le suele reconocer. Su estilo varió desde la ejecución lúdica y algo “atorrante” de los años 20 hacia la más refinada y orquestal de los años 50 (con la incorporación de instrumentos de percusión y de viento), con una reminiscencia de las orquestas de jazz, y continuó su viaje estilístico hasta los años 80.
Otra orquesta de primera línea que solicitó arreglos del joven Piazzolla fue la de Francini/Pontier. Pocos años después, su violinista y director, Enrique Mario Francini, formaría parte del Octeto Buenos Aires (y, como ya se ha dicho, del Quinteto Real y de Los Astros del Tango, el grupo formado por Argentino Galván). Aquí, la excelente versión de “Contratiempo”, también de autoría de Piazzolla.
Por cierto, en el número anterior también hablaba de la competencia que se adivina entre Piazzolla y Galván, ambos arregladores de la orquesta de Troilo durante las décadas del 40 y 50. Galván opinaba muy diferente de Piazzolla sobre el rumbo que debía tomar el Tango en aquella época: “Ante todo no creo en el tango moderno, creo en el tango, simple y sencillamente. En cambio, creo sí, en la orquesta moderna […] la que no se conforma con repetir siempre lo mismo, con monotonía y falta de impulso creativo, sino que busca nuevos timbres”.
Aquí va el “Tango del Ángel”, de Piazzolla, por la orquesta de Argentino Galván, una orquesta con un número muy ampliado de cuerdas respecto a la concepción tradicional que generalmente equiparaba la cantidad de violines con la de bandoneones, y en donde aparecen otros instrumentos que generalmente no formaban parte de las orquestas típicas: guitarra (en este caso, guitarra española y no eléctrica) e instrumentos de viento (oboe y flauta) .
Por aquella época, junto con el Octeto Buenos Aires (que llega a la grabación en 1958 pero empieza a tocar en 1955), Piazzolla también tenía un proyecto musical que apostaba a la orquestación como elemento principal, con los músicos de la orquesta de cuerdas de Radio El Mundo. Formación muy original de orquesta de cuerdas con piano y un bandoneón (que también Galván usaba muy frecuentemente), con la excelente pluma de Piazzolla y los solos de violín de Elvino Vardaro, que también acompañó a Piazzolla en el quinteto y fue una de sus mayores influencias cuando éste era joven.
Para el próximo artículo revisaremos las grabaciones de algunas de estas mismas orquestas una década antes, cuando Piazzolla hacía sus primeras armas en el tango y formaba su primera orquesta.
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