Habiendo crecido en una época en la que Piazzolla era sinónimo de la misma vanguardia, saber que cumple 100 años hoy, 11 de Marzo de 2021, es una noticia que mueve a muchos pensamientos.
Ya quedan pocos de aquellos que discutían su pertenencia al género tanguero, la discusión que oí (y en la que participé) miles de veces a lo largo de toda mi vida. Yo estaría dispuesto a dar esa discusión que, de todas maneras… ya pasó. Digo que pasó porque quizás, quienes más podrían afirmar que Piazzolla está despegado de la tradición del Tango son justamente muchos de sus escuchas, algunos incluso fanáticos, que desconocen por completo la amplia, diversa, generosa y profunda tradición que le precedió.
Si en Argentina todavía podría ser fuente de apasionamientos por su relación conflictiva con una época del Tango que (muy a nuestro pesar) no se repetirá, en el resto del mundo, Piazzolla es, ni más ni menos, que el autor argentino más tocado, superando con creces a quien fue su primer maestro de composición (y hasta hace un par de décadas, el compositor argentino más famoso fuera de nuestras fronteras), otro músico muy controvertido: Alberto Ginastera. Me pregunto si habrá alguna orquesta de cierto calibre en el mundo que no tenga alguna obra (original, o arreglada) de Piazzolla en su repertorio.
Quizás en el Siglo XXI, esta discusión haya sido clausurada de la manera menos esperada: Para gran parte del público de hoy, el Tango mismo es Piazzolla. Simplemente no existe otra música de Buenos Aires que conozcan. El propio Gardel (el ícono mismo de la porteñidad durante el siglo XX) ha sido eclipsado, y ni que hablar el resto de los músicos. La palabra “Tango”, hoy, para el gran público, remite a Piazzolla y únicamente a él. Y es gracias a la tremenda difusión de su música que público de todo el mundo ha vuelto a interesarse en el Tango.
Muchas veces he oído (de propios y extranjeros) que Piazzolla fue el músico más grande que dio el Tango y de allí viene su fama. Esta afirmación me suena tan descabellada como la postura de los tradicionalistas que le restaban todo mérito.
El panorama del tango inclusive en la época de Piazzolla es de una increíble diversidad y riqueza. Y en la época previa, ni hablar.
Por eso he decidido comenzar una serie de artículos que puedan servir de información o -por qué no- de una guía inicial para aquellos que quieran conocer qué otros tesoros le dió al mundo la música de Buenos Aires además de Piazzolla. Y quizás, el muestrario de grabaciones en el contexto de la época también pueda resultar interesante para escuchar y leer a veteranos del género.
Para esta entrega me ocuparé de los músicos que iniciaron un camino de renovación en las década de 1950 y 1960, cuando la afluencia de público en los clubes en donde se bailaba el Tango comenzó a mermar irreparablemente.
Comienzo por el grupo con el que Piazzolla pateó el tablero del Tango a fines de la década de 1950. Los arreglos novedosos y disonantes, la incorporación (por primera vez en el Tango) de una guitarra eléctrica (tocada, además, por un músico de jazz) que incluso en algunos pasajes improvisaba libremente, el uso de un textura casi siempre polifónica, el uso de contratiempos y síncopas, los cambios constantes de *tempo* y el rechazo a utilizar los modos de acompañamiento rítmico clásicos del tango (como el “marcato” tanguero) fueron algunos de los elementos que sin duda sacudieron el ambiente de la época.
Me refiero al Octeto Buenos Aires, algo así como una versión ampliada del tradicional sexteto típico de los años 1920, que formó con Enrique Mario Francini y Hugo Baralis en violines, José Bragato en violoncello, el propio Piazzolla y Leopoldo Federico en bandoneones, Horacio Malvicino en guitarra eléctrica, Atilio Stampone en piano y Juan Vasallo en contrabajo.
En tanto un grupo de vanguardia hecho y derecho, el Octeto solo registró (en los dos discos aparecidos en 1957) música compuesta por sus integrantes (“Tangology”, de Malvicino, “Neotango”, de Federico, “Anone”, de Baralis, “Tema otoñal” de Francini, y de Piazzolla “Marrón y Azul”, “Haydée”, y “Lo que vendrá”), y música del “canon” del repertorio la época decareana (tangos de Arolas, Maffia, Laurenz, De Caro, Pascual, Cobián, y hasta una versión de “El Choclo”). Allí, llama la atención la inclusión de un tango de un músico de la misma generación que Piazzolla: “A fuego lento”, el tango más conocido de Horacio Salgán.
Muchos años después, en una reunión en AADI en 1988, Piazzolla confesaría que, en los descansos de tocar con la orquesta de Troilo, se escapaba a un lugar vecino donde tocaba la orquesta de Salgán. Fuertemente impresionado por él, pensó en dejar su carrera de arreglador. “Casi me cuesta la carrera”, fueron sus palabras. Notablemente, ya sea porque la obra en sí era bastante rupturista, o quizás por la influencia de Salgán en Piazzolla, esta versión del Octeto es de las más cercanas a la versión de su autor.
Horacio Salgán (1917-2017) también es considerado un vanguardista del tango, pero de otra manera. En sus propias palabras “Mi estilo nace y cobra forma por un proceso exactamente inverso al de Piazzolla. El plasma el suyo por la necesidad de salirse del tango. Y yo el mío, por la fijación excluyente de querer meterme dentro de él”.
Fue el segundo músico en incorporar la guitarra eléctrica a una formación tanguera, en su dúo antológico con uno de los más grandes guitarristas de la historia del tango Ubaldo De Lío, con quien también formó el Quinteto Real junto al ya nombrado Enrique Mario Francini, el veterano Pedro Laurenz en bandoneón, y Rafael Ferro -luego reemplazado por “Kicho” Díaz- en contrabajo (“Kicho” Díaz fue otro frecuente colaborador de Piazzolla, tocando en su Quinteto entre 1960 y 1977. Piazzolla compuso una obra para su lucimiento, justamente titulada “Kicho”). Incluso De Lío se integró a la orquesta de Salgán, marcando el retorno de la guitarra a la orquesta típica después de cuatro décadas.
La preocupación de Salgán por sentirse dentro del tango, según contó en un reportaje que le hiciera Héctor Larrea, empezó a menguar después de el arreglo que hizo para el Quinteto Real de “Gran Hotel Victoria” (F. Latasa), un tango de la guardia vieja. Allí se puede notar como muchos de los elementos presentes en el Octeto Buenos Aires por la misma época (el uso de la síncopa y el contratiempo, las disonancias, la elaboración armónica y estructural y, por supuesto, la guitarra eléctrica, un grado mayor de independencia de cada músico por sobre la textura general) se integran en una textura más de tango tradicional en donde la unidad del tempo no se ve afectada. Si hacía falta una conexión más, allí está el siempre descollante violín de Francini.
Aunque de éste grupo en donde ninguna individualidad está desaprovechada, no puede dejar de hablarse del vigor y maestría de los solos de Pedro Laurenz, quien fuera en los años 1920 un puntal del Sexteto de Julio De Caro, y deja aquí una de sus últimas apariciones en disco. Muchos años después, Piazzolla dedicaría su tango “Pedro y Pedro” (aquí, interpretado por Juan José Mosalini) a Laurenz y Maffia, los dos grandes bandoneonistas que, tocando juntos en el Sexteto de De Caro, crearon muchos de los modos de ejecución del tango de las décadas siguientes.
Y ya que de homenajes estaba hablando, ya con su formación más recordada, el Quinteto Nuevo Tango, Piazzolla grabó esta joya, “Retrato de Alfredo Gobbi”:
Alfredo Gobbi (1912-1965) fue otro de los músicos de esa generación que continuó el estilo decareano durante la época de oro del tango, posiblemente el más decareano de todos. Hijo de Alfredo Eusebio Gobbi y Flora Rodríguez de Gobbi, dos artistas de varieté que difundieron muchísimo el tango por el mundo, incluso bailando tango ante el Papa en Roma en la década de 1910, lo que posibilitó que el baile dejara de ser visto como procaz y “pecaminoso”. Su padrino fue ni más ni menos que Ángel Villoldo, el autor del tango “El choclo”. Apodado “el violín romántico del tango”, su orquesta fue quizás la que mejor sintetizó la renovación tanguera durante la década de 1950 y, a la vez, los lazos con el estilo de De Caro y con el estilo “canyengue” de la guardia vieja.
Al igual que Salgán, sufrió un poco de que los bailarines (que constituían la principal fuente de ingresos para los músicos en la época de oro) prefirieron decantarse por orquestas con mayor presencia de la marcación rítmica (el marcato). También su vida desordenada llevó al decaimiento profesional de su orquesta, y luego llegó su temprana muerte con poco más de cuarenta años de edad.
Aquí su orquesta interpreta “El engobiao”, un tango que compuso Eduardo Rovira en homenaje a su estilo.
Eduardo Rovira (1925-1980) fue probablemente el principal antagonista de Piazzolla en el “tango de vanguardia”. En muchas cosas fue más allá del propio Piazzolla, como en su manipulación en vivo del audio del bandoneón con pedales de efecto, que por esa época solo se utilizaban en el rock. Rovira no tuvo presencia internacional, y, puertas adentro de la Argentina, fue bastante poco querido por los tradicionalistas y poco apreciado por los vanguardistas. Un músico que aún espera su justa valorización, un camino que quizás haya empezado en París cuando César Stroscio fundó su trío Esquina y grabó mucha de su obra (Stroscio cuenta esto y mucho más en la entrevista que le realicé en mi programa La Posta).
Aquí, la grabación de su trío de 1966 de su tango más difundido, “A Evaristo Carriego”.
Y ya que menciono a Stroscio, sería bueno recordar su participación en la formación original del Cuarteto Cedrón. Este grupo liderado por Juan “Tata” Cedrón en 1964 es diferente a todos los nombrados en esta nota, porque sus integrantes eran músicos casi empezando su carrera en la década de 1960, formados en los estertores de la época más prolífica del tango (Stroscio, por ejemplo, venía de tocar en la Orquesta Típica de Osvaldo Touri).
Con un estilo muy renovador ya desde su formación, que incluye la voz y la guitarra española de su director, bandoneón, violín (Carlos Lavochnik, luego Miguel Praino) y cello , fueron quizás los primeros en hacer una mirada “hacia atrás” en la historia del tango. Su aporte más claro vino desde la cancionística, siempre con letras de grandes poetas, muchos trabajando en estrecha colaboración con Cedrón (como en esta grabación, con Juan Gelman). La colaboración con poetas que no se dedicaban al tango le da a su retórica musical y la forma de las frases una forma totalmente diferenciada El Cuarteto Cedrón es la única de todas las agrupaciones nombradas aquí que siguió en actividad durante el siglo XXI (en el que grabó más de una decena de álbumes).
Hubo una figura en aquella escena de vanguardia que trabajó tanto con Piazzolla como con Rovira. Se trata de Osvaldo Manzi (1925-1976), que fue pianista del Quinteto de Piazzolla entre 1960 y 1965. Un año antes, en 1959, había formado su propia orquesta, que tuvo como primer bandoneón precisamente a Rovira. Esa orquesta solo alcanzó a registrar un simple, con “Febril”, un tango de Rovira y “Dolor milonguero”, de Cobián y Cadícamo, con el vocalista Fontán Reyes. Pero antes, Manzi había sido el pianista de la orquesta de Aníbal Troilo, entre 1954 y 1957, y luego incluso trabajó en la orquesta de Pugliese, reemplazando a su director cuando éste no podía asistir.
En 1966 formó su recordado Trío, junto a Rubén “Chocho” Ruiz en guitarra eléctrica y Benigno Quintela en contrabajo. Con ellos grabó un disco de larga duración, que aquí incluyo porque contiene lo que podría ser la primera versión de “Adiós Nonino” después de la grabación del propio autor. Y la “Milonga del ángel” (a mi gusto, el tema más logrado del disco), también de Piazzolla. Además de una obra de Rovira, “Contrapunteando”, hay cuatro composiciones del propio Manzi: “Simple”, “Tango para la calle empedrada”, “Furtiva” y “Tema para la tarde de viento”.
Creo que a Manzi le corresponde el mérito de haber recabado en todo el saber del tango, el de las orquestas de la época de oro y el de las vanguardias más importantes, y aún así, haber formado un estilo diferenciado del de su época. Un detalle no menor: a diferencia de Rovira y Piazzolla cuya música fue casi exclusivamente instrumental, el mantuvo la figura del cantor en su agrupación.
En los temas cantados de este disco, el vocalista fue Héctor Morano, a quien también entrevisté en 2018 para mi programa La Posta (coincidentemente, Morano también formó parte de la orquesta de Touri junto con Stroscio). Su antológica versión de “Sexto piso” se convirtió en una referencia, y su calidad vocal e interpretativa no decae en “Tema para la tarde de viento” y la excelente versión de “Mensaje”, el único tango del repertorio escrito en la década de 1950, con el que cierra el disco.
El gran competidor de Piazzolla, Argentino Galván (1913-1960) falleció muy prematuramente en el pico de una carrera muy promisoria. La competencia entre ambos fue muy fuerte durante la década del 50. Al principio porque se disputaban trabajo, ya que ambos fueron quizá los únicos dos músicos que lograron vivir solo de su pluma. Piazzolla se había retirado como bandoneonista y trabajaba como arreglador de las grandes orquestas. Galván también había dejado su puesto de violinista de la orquesta de Miguel Caló para dedicarse a trabajar como arreglador.
En ésta frase de Galván dicha en un reportaje puede adivinarse fácilmente el desacuerdo entre ambos músicos: “Ante todo no creo en el tango moderno, creo en el tango simple y sencillo. En cambio, creo sí, en la orquesta moderna. Y ésta es la que no se conforma con repetir siempre lo mismo, con monotonía y falta de impulso creativo, si no que busca nuevos timbres que van a enriquecer y modernizar el tango sin desvirtuarlo”.
La última obra de Galván (que completó justo antes de morir, dejando trunco el comienzo de su carrera internacional, pues estaba a punto de hacer una gira por Japón) fue un LP que se llamó “La historia de la orquesta típica” (que acompañaba al libro homónimo de Luis A. Sierra), en donde grabó fragmentos que recordaban las formaciones más importantes de la historia del Tango desde la guardia vieja hasta aquel momento. El disco cierra con dos temas completos, en una intención de reflejar la actualidad del género: “El día de tu ausencia”, del propio Galván, precedido por “Tango del Ángel”, de Piazzolla.
Aquí, una grabación del grupo que Galván formó y dirigió en 1958, el septimino “Los astros del tango” del tango “¡Qué noche!”, de Agustín Bardi. Allí aparecen dos de los músicos que poquísimo tiempo antes estaban tocando en el Octeto Buenos Aires: Francini (¡por tercera vez!) y Bragato, y dos de los puntales de la orquesta de cuerdas de Piazzolla: Elvino Vardaro (violín) y Jaime Gosis (piano). El septimino lo completaban Mario Lalli (viola), Rafael del Bagno (contrabajo) y Julio Ahumada (bandoneón). En el arreglo se puede ver como Galván aprovecha la nutrida paleta de instrumentos para recrear algunas veces un sonido más “camarístico” (con el uso de una sección completa de cuerdas), y otras veces un sonido bien tanguero, e incluso, referencias a la música folclórica de Argentina.
Desde luego que han quedado decenas de grandes músicos por nombrar. Si hablamos de los músicos que influenciaron a Piazzolla no pueden faltar Troilo y Pugliese, y el mismo De Caro. De ellos hablaré en la próxima entrega.
Si hasta aquí no ha sido suficiente para aburrir al lector, dejo también un enlace a mi nota sobre el estilo de Argentino Galván en la querida revista Experimenta.
Como un aporte a este “año Piazzolla”, pronto subiré a este blog un texto de mi abuelo, el historiador Gaspar Astarita, sobre la primera formación de Piazzolla, su orquesta típica, “Piazzolla del 46”.
En 1944, Piazzolla con 23 años ya era director de su propia orquesta, compartiendo el rubro con el cantor Francisco Fiorentino. Y en 1946, s
Si te gustó la nota, dejame tu comentario, y si querés recibir un newsletter mensual con todas las novedades del blog y de mi página, suscribite.
Si desde Argentina, me querés invitar un cafecito (o los que quieras), aquí está el enlace:
¡Gracias por llegar hasta acá!
Deja un comentario