Se suele estar de acuerdo en que una buena interpretación tiene expresión (vaya a saber que significa), arrojo, soltura y fuerza.
Esta simple afirmación suele olvidar que muchas veces nos encontramos con intérpretes que consiguen mucho o todo de lo anteriormente mencionado, pero con una actitud corporal muy dura, algo que transmite al oyente una sensación subliminal de tensión o displacer.
Pienso que una buena interpretación es también aquella en la que la expresión de las ideas musicales está alineada con la actitud corporal.
Desde el punto de vista del oyente, la actitud corporal relajada y suelta de un intérprete también es una fuente de placer estético, tanto como todos los demás elementos de una interpretación.
Por ello, “cuerpo y alma” (para utilizar la distinción que hacemos en occidente entre ambas) deben buscar alinearse durante la interpretación para provocar un momento sublime.
Y ese alineamiento requiere una continua adaptación de ambos: determinados gestos musicales, rítmicos o dinámicos, provocan o pueden provocar dureza en el cuerpo y, si bien a primera vista vale la pena arriesgar, la ganancia del resultado no es equivalente a lo que se pierde en la relajación.
Algunos pasajes musicales resultan incómodos para el cuerpo tocados con, por ejemplo, más intensidad. Aunque no siempre la solución pasará por bajar la intensidad, muchas veces se trata de entrenar o educar al cuerpo para que pueda responder a esa necesidad.
Con el andar del tiempo, el intérprete empieza a alinear naturalmente ambos aspectos y sus ideas musicales, si brotan de su instinto, le llevan también encontrar espontáneamente la técnica más adecuada. Un buen concepto musical a veces soluciona lo que no solucionan años de estudiar escalas. Y, por las mismas razones, debe considerarse también la posibilidad de que una dificultad técnica en la ejecución de determinado pasaje pueda ser un mensaje del cuerpo acerca de que es necesario modificar el enfoque interpretativo de ese pasaje.
“Técnica” e “interpretación” son dos palabras que los maestros suelen enseñar como aspectos totalmente separados de el estudio de una obra, pero que quizá no son separados sino, al contrario, son tan complementarios que no debería pensarse uno separado del otro.
Unos párrafos más atrás hacía referencia a la división tradicional entre cuerpo y alma como dimensiones del ser. Pero también podríamos buscar una comparación menos metafísica, como la diferencia entre fuerza y habilidad. Algo que es tan importante para un bailarín como para un deportista de élite: se puede tener las mejores ideas pero lo que impresiona y -en las condiciones adecuadas- puede llegar a emocionar es la muestra de que pueden llevarse a cabo con soltura. Un ejemplo:
Baryshnikov haciendo once piruetas. En Youtube se podrá encontrar a bailarines haciendo incluso el doble de esa (de por sí asombrosa) cantidad. ¿Es que Baryshnikov no podría hacer más? Lo más probable es que si, pero que ha contenido ese “desborde” para mantener la elegancia de su movimiento, que es asombrosa, sin salir de su eje y con un aplomo infinito (basta ver la ligereza con la que el pie vuelve a apoyarse en el piso luego de toda la secuencia, signo de no haberse desviado ni un grado de su eje).
Muchas veces eliminar el excesivo acento en una nota de una escala posibilita tocarla más rápido o con más soltura. Rara vez leo que se enseñe a desacentuar la primera nota de un ligado de mano izquierda para facilitar su ejecución y embellecer su efecto. Ésto no puede trabajarse mecánicamente, en cambio, el estudiante tiene que trabajar en moldear su imaginación musical y la conexión de ésta con la ejecución.
También se dan los casos contrarios, en los que precisamente el despliegue de la velocidad parece un sinsentido cuando no se trabaja la artesanía de las notas, y el efecto de resolver con facilidad un pasaje que parece difícil da un resultado superfluo.
Continuando las comparaciones deportivas, recuerdo a la estrella fubolística y actual dirigente de Boca Juniors, Román Riquelme, diciendo que prefería jugadores “inteligentes” (SIC) que rápidos. Dos citas textuales: “¿Si corrí cien kilómetros y nunca toqué la pelota, para qué me sirve?”; “Correr, corre cualquiera; ahora, jugar bien es otra cosa”. Riquelme lo que intenta decir es que los jugadores tienen que desarrollar su habilidad (habla mucho al respecto del control de la pelota, algo bastante demonizado en los últimos años en los que el fútbol se juega al trote y soltando la pelota en series interminables de pases) y su capacidad de tomar decisiones, antes que su capacidad física.
Recientemente, haciendo simples ejercicios de gimnasio, me dí cuenta que me era levemente más trabajoso levantar el mismo peso con mi mano hábil que con la otra. Mi esposa me explicó que eso es normal: generalmente, la mano hábil desarrolla menos musculatura, porque no la necesita.
En cualquiera de las variantes, de lo que se trata, es de equilibrar ambos polos.
Estos ejemplos que doy intentan reducir el tema a lo más elemental, por lo que temo que puedan dar la idea de que la propuesta es simplemente buscar una interpretación menos “comprometida”, esperando la que ligereza técnica que eventualmente podría obtenerse a través de ella rescate al público del aburrimiento. Si estuviera diciendo eso, no sería el primero en hacerlo, por otra parte; al contrario, suele ser un mal muy difundido entre los intérpretes “clásicos”. Todo lo contrario: lo que me interesa es encontrar ese equilibrio que maximize la potencia expresiva, pero sin trabar la fluidez de la música. Y ocurre que muchas veces la solución musical que destraba un problema técnico no es simplemente “tocar más suave”, o eliminar un acento. Lo más frecuente es alguna causa más compleja, por ejemplo, detenerse décimas de tiempo en determinada nota, hacer una pausa al final de la frase, o, al contrario, atacar la siguiente más temprano, entre tantas opciones que, en realidad no son estándar, porque dependen de un millón de factores.
De entre todas ellas, los intérpretes vamos nutriendo nuestro imaginario para trabajar una obra. Quedarse en el trabajo puramente mecánico es un gran error, aún cuando el problema pareciera ser simplemente “técnico”.
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