Aprender a tocar Tango en el siglo XXI tiene su propia dificultad, y se hace en un mundo lleno de contradicciones.

Sobre todo, está ese extrañísimo pero innegable proceso que ha llevado a que un integrante de una comunidad se sienta ajeno a la propia cultura de esa comunidad: los músicos de hoy en día que queremos aprender a tocar tango no nos iniciamos dentro de un marco cultural en el que la única música disponible (en radios, televisión, en los lugares de baile, en las fiestas, etc.) es el tango como pasaba en la época dorada del género, sino más bien todo lo contrario. Y la adquisición y comprensión cabal del mensaje de la tradición se vuelve un proceso muy complejo.

Eso que en otra época se daba por hecho, en la actualidad puede ser un proceso de años, por lo cual los músicos que se inician en el camino del Tango (y, desde luego, me imagino que otras músicas populares de hoy en día van siguiendo la misma dinámica), se preguntan si se debe “ir hacia atrás” a buscar ese conocimiento, o si no es más necesario “ir hacia adelante”, creando nueva música que represente la sociedad de hoy. Ni más ni menos, así son las dos tendencias principales en el Tango desde 1960. Al principio Piazzolla fue el abanderado, el símbolo de la segunda tendencia, que fue la prevaleciente. Luego de su muerte, el Tango perdió la poca popularidad que le quedaba, hasta fines de la década del 90, en donde una nueva camada de músicos empezó a buscar en la tradición. En esa generación se reconoce el autor de esta nota.

Desde mis comienzos en ese movimiento que se llamó “tango joven” (y cuya definición, lógicamente, fue perdiendo su eficacia descriptiva luego de más de dos décadas después) veo gente con mucha preocupación sobre qué hacer, en “cómo es el tango del futuro”, y cosas así. También una preocupación sobre el peso de la tradición, como si fuera un ancla que detiene el proceso creativo. La prédica de Piazzolla y de las vanguardias en general, sumada quizá a cierta dinámica del mercado musical dentro de un sistema capitalista (en el que tener una marca definida es casi una obligación), hizo que la innovación (la creación de algo cuya factura compositiva no se pueda reconocer en una obra previa) se vuelva una prerrogativa moral para el músico.

Muchas veces, desde los músicos innovadores se acusa a los otros de conservadores, de poco originales y hasta de usar el tango como una forma de comercio. El mote de poco original también les ha correspondido a los modernistas, pues a la vista de los tradicionales, tocaban todos igual. No estuvo ajena a toda esa discusión la influencia del rock (la música popular que fue indudablemente la más consumida por la juventud de lso años 90), con su mensaje de vanguardia permanente, pero también con cierta estética sonora a la que muy frecuentemente recurren las agrupaciones de “tango joven” como referencia principal (el caso más icónico es del de la Fernández Fierro, que junto con El Arranque representan ambas tendencias y son hoy en día, si no me equivoco, las dos orquestas con el ciclo de actividad ininterrumpido más largo de nuestro medio).

Ese es, creo, el contenido invalorable que tiene (y la gran pérdida que sucede cuando se olvida) una tradición. Se pierde la brújula y se corre el riesgo de ir hacia cualquier parte.

Personalmente, desde el principio, pero mucho más mientras van pasando los años, miro esas discusiones con una sensación de mucha extrañeza. Para mí, el camino fue siempre aprender de los que sabían, y la gente que sabe, lamentablemente, no está en “el futuro”. En muchos casos está directamente en el pasado (a través de grabaciones, ya que el viaje en el tiempo no existe).

Con el paso del tiempo y después de navegar mucho en las aguas del género, me convenzo de que cuanto más se conoce la tradición, uno se pregunta menos hacia donde ir. Quizá no se puede dar una respuesta si es interrogado, pero la certeza está.

Ese es, creo, el contenido invalorable que tiene (y la gran pérdida que sucede cuando se olvida) una tradición. Se pierde la brújula y se corre el riesgo de ir hacia cualquier parte. Y se discute mucho: “yo voy para allá, esa es la dirección en la que siempre hemos caminado”, y luego otro responde “yo voy a cambiar de dirección, porque la actualidad exige nuevos rumbos” Inclusive, otros dicen que hay que quedarse a donde se está, pero sin saber por qué. Como dice esa frase tan difundida “si no sabés a donde querés ir, no importa qué camino tomes”.

El tema es que hasta que no nos adentramos en una tradición (aunque sea, como es mi caso, como invitado, o hasta podría decir, como polizón), esa brújula no aparece y, lo que es peor, ni se sospecha su existencia.

Dejo por aquí algunas de mis brújulas preferidas. Cuando ando perdido, encuentro sus consejos (a veces en persona, a veces imaginarios):

Me besó y se fue (J. Canet) por Rubén Llaneza en vivo en el Festival de Tango de Buenos Aires en 2018. En ese momento, Rubén tenía 86 años de Tango, compartidos junto a figuras como Do Reyes, Vardaro, Pascual, Julio Ahumada y otros. Lo acompañamos junto a mis compañeros del Quinteto De los Reyes, que cuenta con mis arreglos y dirección, y con quienes registramos su disco más reciente, en 2016. Lo pueden escuchar en todas las plataformas digitales.

La Cachila (E. Arolas) con Raúl Valestrini. “Vale” es un músico probablemente desconocido para la mayoría, fuera de su Mar del Plata querida, donde nació y vivió. Muy amigo de mi familia, lo conocí desde que yo era un niño. Nunca escuché una “marca” (acompañamiento) de Tango más completa. Con su temperamento muy lúdico, igual nunca se abstuvo de decir sin filtros sus opiniones. Era un guitarrista intuitivo, pero de una intuición única. Y fue un amigo muy querido, y alguien que siempre me dió fuerza y estímulo para aprender a tocar la guitarra de Tango. Aquí, en un concierto improvisado en una pizzería en Mar del Plata.

 

Nicolás “Colacho” Brizuela, ese día de 2018, en su concierto en Celta Bar, en Buenos Aires, me invitó a tocar un tema junto a él. Unos días antes, lo había invitado a mi programa La Posta, en una entrevista inolvidable. Conocido mundialmente como el acompañante icónico de Mercedes Sosa, la lista de discos en los que grabó es interminable. Disfruté de su amistad en los últimos años de su vida. Era un gigante de la música que nunca perdió el alma y el temperamento de un “guitarrero”.

Tendría que escribir todo un blog para contar las noches que pasé tocando la guitarra junto a Juan di Venanzio y Omar Rosetti, desde muy chico y -por suerte- todavía hoy, en mi Chivilcoy natal. Una de esas veces me acordé de sacar una foto. Ojalá algún día me acuerde de grabar a Omar cantando sus milongas, o a “Juancito” tocando tangos con su tan personal estilo guardia-viejero.

Y, si alguno quiere seguir lectura, recomiendo el excelente artículo publicado en el blog de otra brújula (y querido amigo), el Tata Cedrón:

http://elcedroniano.blogspot.com/2020/01/


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