Alguna pregunta que he oído de músicos intuitivos: ¿Qué se hace cuando alguien no tiene oído?

Otra, oída al pasar en alguna institución: “Este chico tiene mucho talento”.

A veces, hasta el mismo alumno me pregunta: “¿yo tengo condiciones para estudiar música?”

A mí me queda siempre un sabor amargo cuando se hacen estas apreciaciones.

Nadie me preguntó si yo tenía talento para ser futbolista cuando me anoté en un club de fútbol (y vaya que juego mal al fútbol, aunque hable de él, como todo argentino). A nadie se le evalúa si tiene “talento” para ingresar a un gimnasio.

Al igual que en la música, los grandes chefs pueden pasar años perfeccionando un plato. Sólo que en la cocina está casi universalmente aceptado que uno tiene todo el derecho a elegir las milanesas de tu abuela por sobre un almuerzo con nombre en francés

Aquí va mi primera respuesta: “si tenés condiciones o no, no lo sabés y, en realidad, tampoco lo se yo, nos vamos a ir dando cuenta al trabajar. Pero tampoco importa. Tener o no ciertas cualidades no te tiene que impedir estudiar música, si es que te gusta”.

Como cocinar, la música es una actividad humana. Se puede cantar en la ducha, en la calle, en la cancha, se puede silbar, se puede golpear con los pies… y también habemos quienes nos dedicamos toda la vida a estudiar y hacerla lo mejor que podamos, a exponernos profesionalmente ante un público (pocas veces) numeroso, e incluso a enseñarla.

Al igual que en la música, los grandes chefs pueden pasar años perfeccionando un plato. Sólo que en la cocina está casi universalmente aceptado que uno tiene todo el derecho a elegir las milanesas de tu abuela por sobre un almuerzo con nombre en francés. Y ¿no será que algunas veces es más lindo el pregón de un vendedor ambulante que una sonata de Beethoven tocada por Baremboin?

¿Por qué se hace música, entonces? Porque nos gusta, o aún más: porque nos es necesaria, como la comida. Un detalle que nunca puedo dejar de citar: en épocas prehistóricas, aún antes de la existencia de la cultura, hombres y mujeres tomaban su tiempo para ahuecar un hueso y convertirlo en una flauta, como es el caso de esta flauta hecha por neandertales hace sesenta mil años que se conserva en Alemania, o para pintar símbolos en las paredes de una caverna. Seguramente, también al juego, aunque hayan quedado menos rastros. Es decir, la actividad artística y la lúdica (aún si se pensara que son dos cosas diferentes), son necesidades humanas básicas.

Ningún tiempo (así fueran años) dedicado a aprender a tocar un instrumento se tendría que considerar desperdiciado, porque en ese aprendizaje se transita un crecimiento muy necesario.

Luego, una pregunta, quizás malintencionada: ¿qué es el talento? La RAE lo define como inteligencia y como aptitud. En general, en los círculos académicos, el alumno inicial es catalogado como talentoso porque aprende más rápido que los demás. Un niño de diez años que puede tocar obras que todavía le cuestan a un muchacho de veinte sería ese caso. Desde esta perspectiva, el talento es todo eso que tiene un alumno que hace más fácil el trabajo de aprendizaje; lo cual, en principio, es una gran ventaja para el profesor, más que para el alumno. En un alumno más avanzado, el talento es simplemente tocar mejor, no importa si se llegó rápido o lento a ese resultado. Es decir, en ambos casos, la definición no parece muy útil.

Una de las razones por las cuales es tan importante aprender música es porque nos exige una cantidad cuasi infinita de habilidades diferentes. El músico intuitivo valora muy pronto al “oído” (la capacidad de reproducir la música que se escucha, y la capacidad de producir una afinación correcta), pero en todo músico (toque el estilo que toque), hay muchas otras capacidades necesarias: saber fundir en un ensamble, tener sentido rítmico, poder diferenciar ciertas sutilezas de la música, como por ejemplo, el timbre; a nivel motriz las sutilezas también son infinitas: saber como producir (en el caso de la guitarra) gamas diferentes de dinámica (volumen) o de timbre, coordinar rasguidos muy enrevesados, etc. Y hay muchos otros factores (a veces, ni siquiera citados) que determinan el éxito de un músico profesional: la memoria, por ejemplo o la presencia escénica. Y aún no hemos hablado de esos factores definitivos que hacen a un artista, como el tener un criterio propio, o los otros, más pertenecientes al reino del espíritu, que el lector seguramente conocerá.

la propia emocionalidad del músico se va formando con la práctica y el estudio, porque un músico también necesita educarse emocionalmente para poder afrontar su vida profesional (enfrentar un público requiere también una capacitación emocional, y una práctica)

La pregunta que siempre ronda es si esas cualidades se desarrollan a partir de un elemento innato o si pueden “enseñarse”.

Y siempre me vuelve a la mente aquel alumno inicial que pregunta si posee esas cualidades antes de estudiar.

En mi experiencia no solo como docente sino como alumno, he visto “grandes talentos” que abandonaron la carrera a los pocos años y se dedicaron a otra cosa, y también a quienes solo su desempeño posterior hizo notar lo poco que fueron valorados cuando eran estudiantes.

Y aquí voy a otro tema que me interesa mucho: es de lo más nocivo para los alumnos el sentenciarlos (al comienzo mismo de su aprendizaje) de acuerdo a la facilidad conque aprenden. Muchos de ellos simplemente tienen una traba que necesita un poco de comprensión y asistencia para destrabar, muchos no han recibido el suficiente apoyo y han quedado en el camino. Si se parte de la idea de que no se puede predecir hasta dónde crecerá un alumno (sin importar la facilidad y velocidad con que aprende), es casi obvio que el rol del docente es el de apoyarlo, no el de calificarlo de antemano.

Cuando se lo sentencia como un alumno mediocre, se mina su autoestima, y el proceso de aprendizaje a veces termina siendo una profecía auto-cumplida. Cuando se lo sentencia como “talentoso”, se le carga la obligación de representar ese rol.

Y sobre esta lista de cualidades que boceté hace unos párrafos, también siempre hay dudas sobre si se pueden enseñar, o, en todo caso, aprender. Más bien pienso que nadie está imposibilitado de desarrollarlas, solo o con ayuda de un maestro. Sobre todo, las últimas de esa lista. Es una creencia de que las cualidades interpretativas (la expresividad, la imaginación, etc.) vienen de una condición intrínseca de la persona y por ésto no pueden desarrollarse. Yo creo que ambas pueden desarrollarse y, es más, esa es la tarea de cualquier entorno de aprendizaje. Sin duda hay que aprender a interpretar, y así mismo, el sentido de la elegancia, la profundidad, la calidad de sonido, etc., se va desarrollando durante el aprendizaje; lo que es más: la propia emocionalidad del músico se va formando con la práctica y el estudio, porque un músico también necesita educarse emocionalmente para poder afrontar su vida profesional (enfrentar un público requiere también una capacitación emocional, y una práctica).

Personalmente, creo que hay algunas pocas cualidades que sí son fundamentales y, hasta ahora, no he logrado enseñar a quien no las traía puestas. La más importante: la perseverancia y la constancia en el estudio. Estudiar es una actividad maravillosa, pero que también nos enfrenta con la angustia, la frustración, el miedo. Estudiar música, por la enorme complejidad de la música en sí, requiere un temple ante la adversidad. Y algo más: no en todas las áreas la adquisición de un conocimiento requiere que la persona se cuestione a sí misma, que se cuestione todo lo que sabe una y otra vez. Para aprender a tocar un instrumento (la guitarra en éste caso), se necesita estar dispuesto a cambiar.

Por razones como éstas, la música siempre fue parte de la enseñanza, desde la Academia de Platón. Cito un pequeño pasaje de La república:

“-¿Y la primacía de la educación musical -dije yo- no se debe, Glaucón, a que nada hay más apto que el ritmo y armonía para introducirse en lo más recóndito del alma y aferrarse tenazmente allí, aportando consigo la gracia y dotando de ella a la persona rectamente educada, pero no a quien no lo esté? ¿Y no será la persona debidamente educada en este aspecto quien con más claridad perciba las deficiencias o defectos en la confección o naturaleza de un objeto y a quien más, y con razón, le desagraden tales deformidades, mientras, en cambio, sabrá alabar lo bueno, recibirlo con gozo y, acogiéndolo en su alma, nutrirse de ello y hacerse un hombre de bien; rechazará, también con motivos, y odiará lo feo ya desde niño, antes aún de ser capaz de razonar; y así, cuando le llegue la razón, la persona así educada la verá venir con más alegría que nadie, reconociéndola como algo familiar? -Creo -dijo- que sí, que por eso se incluye la música en la educación”.

Más adelante, en la Edad Media, la música integraba el currículo educativo, que se dividía en dos grupos (que representaban algo así como la educación básica y la secundaria), el Trivium (tres vías) y el Quadrivium (cuatro vías). El Trivium comprendía las artes relacionadas con la elocuencia: la gramática, la dialéctica y la retórica. El Quadrivim, las relacionadas con las medidas: la aritmética, la geometría, la astronomía y la música. En esta imagen del Hortus Delicarium de Herrada de Langsberg (Siglo XII) se ven representadas las “siete artes liberales” del Quadrivium y el Trivium. Tradicionalmente se representan como mujeres, al igual que las Musas en la mitología griega.

Hasta no hace mucho, la música era obligatoria en escuelas primarias y secundarias. Hoy en día, muchos entienden que un niño necesita aprender matemática y biología, pero no música, porque no se le encuentra una aplicación práctica. Aún la Educación Física ha sobrevivido, siendo igual de “inútil” que la música, si se la compara con la aritmética.

El ejercicio de la música ha quedado reservado solo para aquellos que hayan mostrado una aptitud desde niños (lo que, por suerte, fue mi caso). Y no solo el ejercicio profesional: si una persona me cita una canción que no recuerdo, y le pido que la cante para ayudarme en la memoria, muchas veces me responden “no puedo cantar, no soy músico”.

Aquí encuentro la gran pérdida. Nadie se priva de jugar al voley en la playa diciendo que no es profesional, y, sin embargo, sí se priva de algo tan valioso como la música (algo que los humanos sabemos hacer desde hace decenas de miles de años).


Si te gustó la nota, dejame tu comentario, y si querés recibir un newsletter mensual con todas las novedades del blog y de mi página, suscribite.


Si desde Argentina, me querés invitar un cafecito (o los que quieras), aquí está el enlace:

cafecito.app/alejoguitarra

¡Gracias por llegar hasta acá!

Comments

  1. Mariana

    Hola alejo ! Hermosa data todo lo que escribiste. Quisiera saber que opinión tenes sobre formalizar la educación musical en un conservatorio por ejemplo en el caso de un adulto ? Gracias

    • Alejo de los Reyes

      Hola Mariana! Muchas gracias por el comentario, y perdón que “se me chispoteó” y recién lo veo.
      Siendo estudiante de conservatorio desde muy niño, compartí la carrera con muchos adultos, que se volvieron, pese a la diferencia de edad, grandes amigos.
      Para ellos, la dificultad estaba no en la edad en sí, sino en las complicaciones propias de un adulto, que tiene muchas más responsabilidades encima que un niño o un adolescente.
      Como profesor, no he visto que un adulto tenga más dificultades, de hecho, el hábito de estudiar y el entusiasmo suelen ser mayores que en un niño promedio.
      Las clases particulares son un marco cómodo para alguien a quien no le sobra el tiempo, pero (y aún siendo que yo solo me desempeño como docente de clases privadas) es imposible que un solo docente te enseñe la multitud de conocimientos que implica tocar un instrumento: además del instrumento en sí está la audioperceptiva, la armonía, la orquestación, la historia de la música, etc.

      Por otro lado, la experiencia de la educación formal (al igual que en la escuela primaria) es mucho más que la simple adquisición de conocimientos; es también nutrirse de estar en un espacio con gente que está estudiando lo mismo que vos. Compartir exámenes, audiciones, compartir incluso conciertos, charlar sobre los nervios antes de tocar… es una manera de darle un poco de alivio a la carga de estudiar. Pienso que cursar el primer año de cualquier academia, si tenés el interés, puede ser una experiencia totalmente enriquecedora, aún si no te lleve al Colón (y si te lleva, bueno, mucho mejor!).

      Soy muy crítico de la educación formal, por otro lado: la cantidad de materias que se dictan mal o no se dictan, o las que no deberían dictarse, la visión rígida sobre muchos conceptos, la visión errónea (a mi criterio) sobre otros. Pero, habiendo sido formado en ellas, pienso que gracias a ello tuve la posibilidad de aprender muchas cosas que me permitieron desarrollar otra mirada. Y creo que siguen siendo el mejor lugar para aprender “en serio”. Depende de lo que quieras, y también de lo que la vida te permita. Hay gente que no tiene más que un par de horas al día para dedicarle a la música y en ese caso, tener un profesor y estar muy enfocado durante esas dos horas es fundamental y, si estás con el profesor adecuado, te permite avanzar muy rápidamente en el instrumento, que no es poca cosa. En la academia el avance en una materia individual suele ser más lento.
      Saludos!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *