Ante semejante invasión del ruido en la música durante el siglo XX, (detallado en la primera parte de este artículo) no extraña que ya desde el comienzo del siglo XXI (y poco antes) hayan renacido expresiones de música popular en formato acústico, e incluso que algunas de ellas lleguen a una masividad que hace solo tres décadas hubiera parecido imposible; por ejemplo, muchas cantantes salidas (casi diría escapadas) de la tradición del canto flamenco, como Silvia Pérez Cruz, u otras también relacionadas a la canción popular tradicional, como la mexicana Natalia Lafourcade, e incluso figuras de una especie de rock acústico, como la francesa Zaz o el uruguayo Jorge Drexler, entre otros. También cierto “revival“, retomar, de expresiones antiguas de la cultura popular por cantantes famosos, como Michael Buble haciendo clásicos de los crooners de los años cincuenta o Luis Miguel cantando boleros.

Esta nueva camada de artistas pop, aún cuando me provocan una agradable sensación de refresco ante las otras expresiones de la cultura popular (e industrial), sufren la comparación con la inmensa tradición del canto popular previo a la aparición del rock cuya referencia nunca se nos debería olvidar: Gardel, Murolo, Amalia Rodrigues, Sinatra y tantos otros dejaron una vara altísima que será difícil recuperar.
En muchos casos (el de Zaz es para mí el más notorio), la vuelta al formato acústico no llega a desprenderse de las prácticas estilísticas del rock: cierta gestualidad musical, la rígida cuadratura rítmica, una emisión de la voz que parece no amigarse tan fácilmente con el silencio.
Una vez más sucede que cuando una tradición se pierde, es muy difícil (aún si se quiere) retomar el rumbo, porque la tradición es justamente la brújula.
Gran parte de esa diferencia que reconozco entre aquellas figuras ya legendarias y las actuales también pasa por la incorporación del silencio en la música. Pero no solo de la incorporación del silencio en una respiración entre frases, por ejemplo, sino más bien en el silencio incorporado a cada sonido.
Continuando con la analogía en la óptica, la potencia o magnitud de una luz solo se puede mensurar por la sombra que produce. Vuelvo a citar a Del Estal, esta vez en colaboración con Fernando Domínguez y Santiago Sánchez Santarelli: “… Luz y Sombra no constituyen una relación dialéctica sino una “sinexión” (vínculo entre términos que siendo opuestos y en cuanto opuestos, se implican de un modo necesario). El polo positivo y el polo negativo de un imán o el “reverso” y el “anverso” de una superficie de Moebius están vinculados sinectivamente.
La existencia de la Luz es contingente en tanto su existir se define por la no existencia de su ausencia que es la Sombra.
Una Luz que brillara en ‘todo lugar y en todo momento’ no soportaría la Idea de existencia.”

Esta fantasía de “una luz que brillara en todo lugar y en todo momento” es una constante en la cultura Occidental, y ha sido cuestionada muchas veces en las últimas décadas.
De entre muchas de esas críticas, quisiera citar una de las más antiguas, la de Jun’ichirô Tanizaki, en su libro Elogio de la sombra, de 1933. Tanizaki dice que la belleza para el oriental está muy relacionada a la penumbra, lo cual puede verse en todas las artes japonesas y hasta en su vestimenta. Por eso las casas se construyen para reducir la luz lo más posible. Para los occidentales (dice Tanizaki) es al revés: “siempre al acecho del progreso, se agitan sin cesar persiguiendo una condición mejor a la actual. Buscan siempre más claridad y se las han arreglado para pasar de la vela a la lámpara de petróleo, del petróleo a la luz de gas, del gas a la luz eléctrica, hasta acabar con el menor resquicio, con el último refugio de la sombra”.

Me llamó particularmente la atención la definición que hace Tanizaki del papel oriental: “… Dicen que el papel es un invento de los chinos; sin embargo, lo único que nos inspira el papel de Occidente es la impresión de estar ante un material estrictamente utilitario, mientras que sólo hay que ver la textura de un papel de China o de Japón para sentir un calorcillo que nos reconforta el corazón. A igual blancura, la de un papel de Occidente difiere por naturaleza de la un hosho [papel artesanal japonés] o un papel blanco de China. Los rayos luminosos parecen rebotar en la superficie del papel occidental, mientras que la del hosho o del papel de China, similar a la aterciopelada superficie de la primera nieve, los absorbe blandamente”.
Esa parte me interesa sobremanera porque habla de cómo la luz y la sombra pueden integrarse en un todo. En el caso de la música, también existe -en la cultura occidental de la actualidad- la tendencia a eliminar todo trazo de “sombra” (silencio) y buscar un sonido que sea solo luz. En otro pasaje del mismo libro, Tanizaki se explaya con mayor vehemencia: “Y esto no es todo: una sola […] bastaría ampliamente para iluminar un espacio tan reducido, pero son tres, cuatro, esos artefactos mortíferos que brillan en el techo; y a lo largo de las paredes, de los pilares, por todas partes, han ido sembrando unos aparatos más pequeños cuya única utilidad es la de pulverizar el menor rastro de sombra que pueda haberse refugiado en los rincones”.
La relación entre los (en las palabras de Del Estal/Santarelli/Domínguez) polos sinectivos luz/sombra – sonido/silencio es bastante evidente para Tanizaki, que en otro pasaje del mismo libro dice:
“Y si hubiéramos inventado nosotros el fonógrafo o la radio es probable que hubieran sido concebidos para destacar las cualidades de nuestra voz y de nuestra música. En sus rudimentos, nuestra música está caracterizada por cierta contención, por la importancia que concede al ambiente, de manera que grabada, y luego amplificada por los altavoces, pierde la mitad de su encanto. En el arte de la oratoria evitamos los gritos, cultivamos la elipsis y, sobre todo, damos una extrema importancia a las pausas; ahora bien en la reproducción mecánica del discurso la pausa se destruye totalmente”.
Citando nuevamente a Yupanqui: en un reportaje en España se le preguntó si él había estudiado canto, y respondió “Más bien lo contrario, estudié silencio”.
En cuanto a la voz se refiere, el sonido en estado puro se expresa en las vocales. Éstas son sonidos de altura determinada y su timbre está determinado por la proporción de energía de sus parciales armónicos.
La consonante, en cambio es más bien un “ruido” (si bien consonantes como la “m” o la “n” tienen características tónicas, piénsese en la “s” o la “g”, y ni hablar de las consonante explosivas, como la “t” o la “k”).
Pero la consonante no solo es sonido o ruido; su producción (desde la perspectiva de la fonética) implica la obstrucción de la columna de aire del hablante, es decir, también son silencio. Son un ínfimo silencio que se “adhiere” al sonido para darle belleza.
Al decir de Tanizaki: “Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra”.
La existencia misma de este “ruido” de las consonantes es molesta para la estética actual (especialmente, en la práctica de la música “clásica”), y a su vez, al cortar la emisión, su producción implica una dificultad técnica; por eso algunos maestros de la actualidad enseñan a eliminarla o proponen reducirla lo más posible. De ahí vienen esas voces tan “azucaradas”, de un timbre que impresiona por su belleza, como la de Ariana Grande, cuya articulación es tan ininteligible que (aún cuando hablo inglés -si bien no es mi lengua nativa- con bastante fluidez ) al escucharla me da la impresión de que estuviera escuchando a alguien cantar en un idioma desconocido.
En este video se explica un poco de esta teoría, ya desde el título Hay que tratar a las consonantes como ciudadanos de segunda clase. Cito (y traduzco libremente del inglés) algunos pasajes: “Quiero hablar sobre como las consonantes pueden ser ‘un palo en la rueda’. Las consonantes que pronunciamos cuando hablamos o cantamos hacen que nuestros músculos se tensen y pueden interrumpir demasiado el flujo de aire […]
Qué quiero decir con ‘interrumpir demasiado el flujo de aire’? Bueno, las consonantes impiden el paso de aire por definición, especialmente cuando son explosivas como la ‘p’ o la ‘t’.
Entonces, si es un problema, nos podemos deshacer de ellas ¿no? No, no esta vez. Porque necesitamos usar las consonantes cuando decimos o cantamos palabras. Así que tenemos que encontrar una manera de pronunciar las consonantes e igual tener un buen flujo de aire”.
Dejando de lado el atendible problema de que la técnica vocal, por razones obvias, necesita dar algún tipo de tratamiento (así sea a través de la aniquilación, como en este caso) a las consonantes, y sin perder de vista que éste video muestra una de miles de miradas sobre ese problema, elegida casi al azar de entre los cientos de videos sobre el tema disponibles en YouTube, me interesa señalar que el pensamiento que prevalece, más aún que el recurso técnico que propone, es la idea de que la columna de aire debería ser constante y sin interrupciones (sin “sombras”) y que una voz que pronuncia las consonantes detalladamente no es una voz “bella”. Así también se muestra en los tres ejemplos (quizá demasiado exagerados) que presenta el video (el primero, entre dos ejemplos de otras cantantes, los otros dos, hechos por la misma docente. Para quienes no hablen inglés, la segunda versión de la comparación siempre es la versión con las consonantes “reducidas”). Como en mucha de la enseñanza moderna, muchas veces la “técnica” es fundamentalmente un brazo, una expresión, de una estética sobre la que no siempre se reflexiona.
Citando nuevamente a Yupanqui: en un reportaje en España se le preguntó si él había estudiado canto, y respondió “Más bien lo contrario, estudié silencio”.
Ironías y picardía aparte, creo que Atahualpa acierta -y no casualmente- en decir que el silencio, como el elemento indispensable de la música que es, necesita ser estudiado muy detalladamente.
En la próxima entrega (la última) intentaré ahondar en algunos de esos recursos fundamentales desde el estudio de la guitarra, y me ocuparé de otro elemento indispensable en la música, que se alimenta del sonido y del silencio: la resonancia.
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