René Lavand ostenta el orgullo (así, pomposamente, o quizás irónicamente) de haber inventado una nueva disciplina dentro de la magia.
A la mirada del virtuosismo y la técnica como la capacidad de hacer algo con velocidad, que en la magia se suele llamar “prestidigitación”, Lavand se le opuso, diciendo que su arte es el de la “lentidigitación”.
En este video, ensaya varias veces el mismo truco, siempre coronado con su frase de cabecera, que repitió tantas veces en su vida que hace casi imposible recordarlo sin decirla: “no se puede hacer más lento”. Y cada vez lo intenta más lento. Él encuentra ahí el verdadero virtuosismo, eso que representa a una virtud.
Siempre me deja muchos pensamientos el ver sus videos, además de ese componente emotivo que llega profundamente, en su simpleza, su belleza y su calidad.
El primero y más importante es que no hay tal “lentidigitación”. Hay algún movimiento que, si no es veloz, al menos es oculto, que no se muestra, mientras lo que queda a la superficie es el movimiento más lento. En esta mentira yo encuentro un gesto de virtud, ya que el engaño (tan pacientemente construido) radica en hacernos creer que está haciendo un movimiento más “fácil” de lo que realmente está haciendo, escondiendo otro movimiento más difícil o más complejo. Así me imagino la mejor técnica para tocar un instrumento.
Su estilo, esa “técnica”, que él menciona varias veces, es menos importante que su manejo de todos los otros elementos: la historia que cuenta (en este video en que se trata la ética y la técnica a través de su encuentro con un jugador de ventaja, y en otros, como el del Cumanés, cuenta su enfrentamiento -acaso ficticio- con un tahúr venezolano muy conocido), su manejo de las pausas y la calidad de la composición de sus frases (me sospecho que en muchas de esas pausas tan dramáticas es en donde realmente distrae nuestra atención para hacer el truco propiamente dicho), y su voz y dicción maravillosas. Es verdaderamente un mago, porque ya solo su presencia y su voz embrujan. El truco es bastante más sencillo que lo que se ve últimamente en magia de cartas (los magos de esta época atraviesan vidrios con las cartas, las prenden fuego… a Lavand no le hace falta nada de eso, ahí radica la calidad de su arte; el paralelo con la música no puede ser más evidente). En una entrevista, él mismo se compara con David Copperfield, quien fue su confeso fanático: “La diferencia es abismal. Él viaja con cinco toneladas de equipaje y yo con cincuenta gramos, lo que pesa una baraja; él viaja con miles y miles de dólares en materiales y yo con cinco dólares, que es lo que cuesta una caja de cartas”.
Mientras lo veo, pienso que en mucho se parece el tocar un instrumento a la magia: en primer plano está la estética, que es la que capta el oyente, y en otro plano, menos importante para el oyente, la ejecución. Considero ideal el distraer al oyente de los aspectos mecánicos de la realización de nuestra ejecución, de las dificultades a las que nos enfrentamos para tocar con éxito una obra. Ellas no suelen hacer a la belleza.
Algunos ejemplos: en el canto, cantar una nota aguda suele ser más difícil que una grave; aún más: es más difícil cantar una nota aguda pianissimo que forte. Hoy en día, los cantantes (en esto, sin distinción entre la música popular o la clásica) suelen enfatizar el logro de llegar a esa nota aguda cantándola más fuerte. Los cantantes de antaño hacían lo contrario: ya fuera por pudor o por soberbia, cuando iban hacia el agudo disminuían la voz. Algo que se puede comprobar escuchando a Beniamino Gigli o los cantantes más “populares” Roberto Murolo y Tino Rossi o, en nuestro tango, en la figura siempre magistral de Carlos Gardel o en la menos apreciada (y considero particularmente notable en la manera de cantar las notas agudas) de Ignacio Corsini.
“Actualmente la velocidad no es ‘virtud’ exclusiva de los aviones y los automóviles. También se ha ganado al mundo de la guitarra. Ha conseguido abaratar su mensaje. Pareciera que la guitarra, cuanto más se acerca a los micrófonos, más se aleja de la tierra y sus misterios.”
Atahualpa Yupanqui
Mostrar al oyente nuestro trabajo es incomodarlo. Claro que tiene una efectividad: el oyente dice “qué difícil” y se admira de la resolución de un pasaje. Pero en ese momento, le negamos el goce estético de la música, que debería ser nuestro principal objetivo. Un buen ejemplo está en los estudios para piano de Chopin: el foco del músico debería estar en lograr una ejecución que haga olvidar por completo al oyente de la dificultad de las obras. Muchas veces, los pianistas se enfocan en justamente lo contrario, y el resultado es el de un sonido estruendoso que elimina toda belleza de la música.
Por eso es que siempre enfoco el estudio a intentar superar la dificultad, más que meramente a resolverla.
Esa especie de ética en el quehacer artístico no se le escapa a René Lavand. Hacia el final del video dice que está por hacer un desafío. Pero aclara: “no con ustedes, conmigo”. Dice que “no acostumbra” desafiar a su público. No solo explica que tiene un respeto máximo por la audiencia sino que además, lo ejerce, diciendo sobria y humildemente “no acostumbro”, en lugar de decir alguna frase altisonante como “no sería capaz”, o “jamás de los jamases”. Lo dice con tanta sobriedad que prácticamente pasa desapercibido, igual que sus trucos.
Todo esto parece un invento de mi imaginación, pero René Lavand se ocupa de aclararlo cuando habla de “la belleza de lo simple. ¡No de la simpleza! Hay una diferencia abismal entre lo simple y la simpleza”.
El uso orgulloso y elogioso que hace de la lentitud es un ejemplo para todos. Es casi una provocación a nuestra época el llamarse “lentidigitador”. Pero un artista siempre es un “lentidigitador”. Los movimientos más estéticos son los que se ven más “lentos”.
Ojalá algún día pueda lograr decir como René Lavand: “no se puede hacer más lento”.
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