Cuando uno está en una playa y se dirige desde su puesto hacia el mar comienza a caminar en línea recta. Si la distancia entre la posición inicial y el mar es de varios metros, al llegar al mar, se comprobará (y aún mejor si se pueden ver las huellas de los pasos en la arena) que no solo no se caminó en línea recta sino que la posición a la que llegamos no es perpendicular a la posición desde la que salimos.

Dependiendo de la distancia que se recorra (evidentemente, en una playa es corta), muy probablemente lo que empieza como una caminata en línea recta nos puede llevar a un lugar en el que, al mirar hacia atrás, no podemos reconocer o encontrar el camino hacia el punto de partida.

Así sucede con toda caminata: uno piensa que está caminando en línea recta, pero casi nunca se camina en línea recta.

No siempre se querrá corregir esta distorsión entre lo ideal y lo real; a veces es bueno evitar las líneas rectas.

Pero muchas otras veces, si no enderezar la línea, uno quiere al menos mantener su referencia con el punto de partida. Ésto me parece necesario en una técnica, y es un problema al que nos enfrentamos todos los días durante el estudio.

Uno estudia (por ejemplo) la pulsación de las cuerdas al aire en la guitarra hasta que siente que está conforme (así comienza el libro “Las primeras lecciones de guitarra”, de Julio Sagreras, con el que doy clases desde hace dos décadas), luego prosigue agregando la mano izquierda, tocando una pequeña sucesión de notas. La mano izquierda presenta nuevas problemáticas, cuya solución vamos encontrando o resolviendo. De ahí, pasamos a algún arpegio, con otras nuevas problemáticas.

Pero sucede que, al resolver cosas de la mano izquierda, desatendemos pequeñas otras: por ejemplo, nuestra postura podría cambiar espontáneamente por el solo hecho de mirar hacia la izquierda para ver el diapasón, en lugar de mirar hacia abajo, como lo hacíamos antes para mirar la mano derecha. Al resolver el arpegio también cambian otras. Uno supone que está yendo desde lo más simple hacia lo más complejo, pero ese camino no sucede en línea recta, sino que es una caminata en varias direcciones (podríamos decir que sucede en varias dimensiones a la vez) y, posiblemente, al mejorar nuestra escala, haya desmejorado -levemente- nuestra cuerda al aire (si cambió nuestra postura, la calidad de sonido puede cambiar también); no prestamos atención a esos cambios porque son pequeños y, naturalmente, estamos ocupados en caminar. Además, la mayor complejidad musical del siguiente paso suele enmascarar la diferencia, ya que en primer plano está el progreso de algo más simple a otra cosa más compleja. Al cabo de una serie larga de pasos, es posible que las soluciones que fuimos construyendo y acumulando hagan que cosas de mucha simpleza no nos salgan de la manera que esperamos.

Todos sabemos que es más fácil tocar una escala de Do mayor que una serie de acordes con saltos de la mano izquierda; sin embargo, al volver a la escala de Do Mayor después de practicar los acordes con saltos, el ejecutante avanzado seguramente debería encontrar cosas para corregir. Muchas veces identifico problemas en cosas básicas de la técnica en mis alumnos más avanzados que no observo en los más iniciales.

Muchas veces, al repasar una simple escala, encontramos problemas que solo pueden resolverse modificando algún aspecto de nuestra técnica, lo cual, a su vez, crea problemas en esas otras dificultades que consideramos “más avanzadas”. Siguiendo el camino hacia ellas, volvemos a resolverlas… para comprobar que “lo más simple” volvió a modificarse y necesitamos volver a estudiarlo.

También sucede que, cuanto más se crece en la música, más se agudiza la percepción y la exigencia, por lo cual, el resultado de esa cuerda al aire que resolvimos en nuestra primera clase de guitarra quizás no sea satisfactorio unos años más adelante.

La creencia habitual es que el mejorar lo más complejo debería mejorar automáticamente lo más simple, pero no siempre sucede así; mientras que, como lo decía en el párrafo anterior, muchas veces sucede exactamente lo contrario.

En ese sentido, si no se revisan constantemente los aspectos básicos de una técnica, se corre el riesgo de que el resultado de una práctica sea un mero cambio de algunos elementos por otros, más complejos solo en apariencia. Décadas de estudio de la guitarra me han demostrado que me cuesta tanto trabajo estudiar las cuerdas al aire como la escala más veloz.

Y no puede ni debe desatenderse el hecho de que hay obras de nuestro repertorio de indiscutible belleza que se basan en elementos bastante simples de la técnica, como, por ejemplo, “Lágrima” de Tárrega, cuya ejecución -notablemente- suelo disfrutar mucho más en un ejecutante inicial que en un avanzado.

Recuerdo que, algunos años atrás, al mostrar un estudio a algún alumno inicial me encontraba con dificultades e incluso errores espontáneos durante la ejecución de cosas que suponía totalmente resueltas, lo que me motivó a volver a estudiarlos y, a pesar de ello, sigo sin estar exento de fallar en alguna nota de vez en cuando en los estudios más iniciales. Actualmente, dedico una proporción mayor de tiempo de mi práctica diaria en trabajar con el máximo detalle posible pasajes que un principiante podría resolver en una semana, más que estudiar las cosas que usualmente se consideran difíciles. Ésto me permite asegurarme de que los bloques con los que construyo la técnica son bien sólidos y, reiterando esa comparación con la filosofía UNIX, cuanto más sólidos y variados son esos bloques, aunque sean pequeños, permiten fácilmente construir cosas mucho más complejas.

Muchas veces, al repasar una simple escala, encontramos problemas que solo pueden resolverse modificando algún aspecto de nuestra técnica, lo cual, a su vez, crea problemas en esas otras dificultades que consideramos “más avanzadas”. Siguiendo el camino hacia ellas, volvemos a resolverlas… para comprobar que “lo más simple” volvió a modificarse y necesitamos volver a estudiarlo.

Hay un detalle que complica aún más la cuestión: muchas otras veces, en el estudio de algo más complejo encontramos la solución para alguna cosa de las más simples.

En ese permanente movimiento de ida y vuelta (o, si se quiere, de espiral), a veces de apariencia ardua, pero siempre entretenida, se va construyendo una técnica cada vez más sólida.


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