El último par de decenios ha traído como novedad en el mundo de la guitarra clásica una gran cantidad de ejecutantes femeninas que aparecen programadas en las salas y festivales más prestigiosos.

Una señora tocando una guitarra, retrato del siglo XVII
Dama tocando una guitarra, Caspar Netscher, 1669 (c) The Wallace Collection; Supplied by The Public Catalogue Foundation

No quiere decir ésto que las mujeres hayan sentido un interés repentino por la guitarra o la música. Durante el siglo pasado hay muchísimo material que atestigua lo contrario, y para los siglos anteriores, basta la profusa producción de obras pictóricas que las retratan. En cierto sentido, los ideales históricamente asociados a lo femenino (la elegancia, la motricidad fina, la delicadeza) perfectamente representan muchas de las cosas necesarias para tocar la guitarra, un instrumento en el que la fuerza física no cumple un rol vital mientras que sí lo cumple la habilidad y, como en todo arte, el buen gusto. Eso se ve reflejado en tantas obras de arte de siglos pasados, que incluso retratan a miembros de la nobleza ejecutando instrumentos de cuerda, dando cuenta también de la estatura que la sociedad asignaba a nuestro instrumento.

En un mundo en el que todo siempre cuesta un poco más para las mujeres, el nuevo campo de acción abierto por las redes sociales (con su preeminencia de lo visual y el nuevo elemento de la interacción) pareciera haberles abierto una puerta a la igualdad, al menos de difusión, y es así que encontramos que la plana mayor de la guitarra actual está conformada por mujeres. Esto, para mucha gente, parece una novedad. Claro que lo es, pero me gustaría en esta nota poder también recordar una época de la guitarra en Argentina, la época de mayor esplendor, en donde las figuras más importantes y valoradas del ambiente también fueron las femeninas.

En la primera mitad del siglo XX, la Argentina vio un desarrollo sin par de su cultura guitarrística, que la convirtió ni más ni menos que en el epicentro de la guitarra clásica. No solo las familias humildes practicaban la guitarra, sino también las familias más acomodadas, y la ejecución de la guitarra era muy habitual entre las damas de sociedad. Vemos en la prensa de la época con asombro como cada academia realizaba recitales con casi un centenar de alumnos, y la cantidad (en Buenos Aires, por decenas) de ellas era también asombrosa. Muchas de esas academias estaban fundadas por profesores muy importantes, como Sagreras, Prat, Leloup, Sinópoli, etc. De esa primera generación de maestros surgió una generación brillante de guitarristas. Muchos de ellos brillaron como intérpretes, compositores y maestros. La lista de nombres sería interminable. A partir del último tercio del siglo, muchos de ellos fueron quedando en el olvido, recordándose (como suele ser el caso) los que tuvieron éxito como compositores. Todavía queda pendiente una justa valoración de esa brillante generación, incluida una gran cantidad de obras que esperan ser descubiertas y puestas en manos de guitarristas.

Revista Caras y Caretas, Buenos Aires, 1932 (fuente: García Martínez / Osborne)

Tan grande es el olvido sobre esta época, que sorprende a quienes se enteran que, hacia la mitad del pasado siglo, los docentes más respetados y reconocidos en la escena fueron mujeres. Tuve la suerte de conocer esa historia por varias fuentes, entre ellas, mi padre, que pudo conocer a todas ellas y recibir su valiosa orientación.

Ningún racconto de guitarristas en la Argentina podría omitir el nombre de María Luisa Anido, posiblemente la guitarrista clásica más importante de nuestra historia. Fuertemente impulsada por su padre, Juan Carlos Anido (destacado promotor de la guitarra en nuestro medio), mostró aptitud siendo muy niña, habiéndose formado además con no menos de cuatro alumnos de Tárrega: Hilarión Leloup primero, luego Domingo Prat (apenas llegado a la Argentina, fue contratado por Juan Carlos Anido, residiendo Prat en la casa de los Anido para dar clase a María Luisa), en ausencia de éste, Josefina Robledo durante su estadía en Argentina, y finalmente Miguel Llobet, en ese momento, la figura más importante de la guitarra clásica en el mundo. Siendo su maestro, Domingo Prat arregló para ella la compra de la guitarra Torres que perteneció a Francisco Tárrega, que la acompañó en gran parte de su carrera. Junto a Llobet formó un dúo y grabó junto a él siendo aún una niña. Luego se presentó como solista y con éxito en escenarios de todo el mundo, hasta muy avanzada edad.

Miguel Llobet y Juan Carlos Anido con María Luisa en su falda. De pié Emilio Pujol y Domingo Prat

Tuvo también una notable carrera discográfica. Fue profesora en el Conservatorio Nacional de Música y luego en forma privada. Entre sus alumnos, todos en vigencia en la actualidad, encontramos a María Isabel Siewers (actualmente profesora del Mozarteum de Salzburg), Stefano Aruta (a su vez el maestro de Aniello Desidero y Edoardo Catemario, entre otros), Eulogio Dávalos (actualmente director del Certamen Llobet de Barcelona), María Cristina Cid y Omar Atreo (quien registró la obra completa de M. L. Anido recientemente). Roberto Aussel, pese a considerarse discípulo de Jorge Martínez Zárate, fue su alumno por largo tiempo. El propio Martínez Zárate estudió con Anido en el Conservatorio Nacional. En su honor se celebra el festival y concurso María Luisa Anido anualmente en Morón (su ciudad natal), en donde una escuela secundaria lleva su nombre. También se realizó en 1995 un Certamen Anido en Barcelona, el mismo que actualmente continúa con el nombre de Certamen Llobet. Además de su larga amistad con Segovia, artistas como Emilio Pujol, Dimitriy Kabalevsy o Joaquín Rodrigo expresaron su admiración por ella.
Su obra autoral se compone de una veintena de piezas cortas de excelente factura musical y guitarrística, mayormente inspiradas en el folclore argentino, pero plasmadas a través de un prisma armónico un poco impresionista, acaso influencia de su maestro Llobet.

“Me da mucha alegría ver a tantos niños que se dedican a la guitarra. Los tiempos han cambiado: a principios de siglo, todos le decían a mi padre con un matiz de escándalo: “¡Cómo, mujer y tocando la guitarra!”. Yo me sentía humillada pero mi padre, a quien en el recuerdo admiro cada vez más, persistió en su proyecto de volverme guitarrista sin saber quizás, que así me daba una “tarjeta de crédito” o “pasaporte” universal. Me volví una viajera incesante, con la guitarra al hombro, como los gauchos de mi lejana infancia. La guitarra fue mi pasaporte…”

María Luisa Anido

Consuelo Mallo López, contemporánea de Anido, tuvo mucha menos proyección internacional, pero una gran gravitación en la escena de Buenos Aires, siendo una de las maestras más reconocidas, y quizá la que dejó un mayor número de alumnos. Para fines de la década de 1930 (en la que Anido estuvo retirada de la actividad concertística luego de la muerte de su padre) era considerada indiscutiblemente la primera figura de la guitarra. El propio Segovia llegó a decir “es, en el momento actual, la más elevada expresión de la guitarra en esta parte del Continente Americano”. Consuelo fue también una niña prodigio, alumna de Domingo Prat. Durante su juventud fue una de las artistas más destacadas en un medio en donde el nivel era altísimo. Sus contemporáneos recuerdan especialmente sus “recitales conferencia”, alrededor de una temática o un autor, como el de Moreno Torroba en 1934 (el entonces joven compositor español quien más tarde la llamaría “eminentísima intérprete de mis obras de guitarra”) o el programa conformado solo por Minuetos de Sor. En estos conciertos no solo daba cuenta de su cultura y su virtuosismo sino también de su conocimiento amplísimo (casi enciclopédico) del repertorio guitarrístico. Frecuentemente además realizó estrenos o primeras audiciones en Argentina de obras del propio Moreno Torroba, López-Chavarri, Pedrell, Galuzzo y Luna (dos compositores que compusieron especialmente para ella). Incluso parece haber hecho lo propio con las obras para laúd de J. S. Bach, que no se conocían en Argentina. Se presentó también frecuentemente con conjuntos numerosos de guitarristas que ella dirigía, integrados por sus alumnos (en los que, por cierto, la mayoría eran también mujeres). Entre sus discípulos más conocidos podemos nombrar a Cayo Sila Godoy (célebre guitarrista paraguayo posteriormente reconocido como discípulo por Andrés Segovia), Clara Sinde Ramallal, Juan Aragón Luna (profesor en el conservatorio de música de Buenos Aires por muchos años), Graciela Domenech y especialmente a María Bello, de larga carrera profesional, discográfica y docente, ya que ejerció durante varias décadas en el Conservatorio de Buenos Aires, en donde además fue mi querida profesora. El hermano de Consuelo, Samuel Mallo López, fue un dibujante que retrató a gran cantidad de los artistas de aquella época (Llobet, M. L. Anido, la propia Consuelo, etc.).

Una de las primeras alumnas de Consuelo Mallo López fue María Herminia Antola, con quien formó un dúo de muy exitosa actuación en la década de 1940, con el que llegaron a la grabación. Antola fue profesora de guitarra en el conservatorio de Buenos Aires hasta fines del siglo pasado. Entre sus alumnos más destacados encontramos a Víctor Villadangos. Su marido, Jorge Gómez Crespo, fue un notable guitarrista y compositor; su famosa Norteña fue tocada y grabada por infinidad de guitarristas.
La nómina de compañeras musicales de Consuelo Mallo López es larga a través de los años y, notablemente (a excepción de sus conjuntos numerosos) estuvo exclusivamente integrada por sus alumnas mujeres: Clara Sinde Ramallal, Delia Montero Ayala, Lydia Mabel Lynch, Abigaíl Lizzoli (la hija de Consuelo), Juana Gómez Alcalá, y en sus últimos años, María Bello.

Clara Sinde Ramallal por su parte realizó una notable carrera en Argentina y en Latinoamérica, llegando también -afortunadamente- al registro fonográfico, lo que nos permite apreciar la calidad de su toque y su musicalidad elegante y tranquila. También tuvo una destacada actuación como soprano lírica, realizando varios roles importantes en Argentina y Venezuela.

María Angélica Funes completaba, junto a Anido y Mallo López, la tríada de las maestras más importantes de la Buenos Aires de mitad del siglo XX. Las tres alumnas de Domingo Prat y, a su vez, maestras de una nueva generación de guitarristas. En torno a su figura se formó el Círculo Guitarrístico Argentino, una asociación que continuó su tarea por varias décadas. El citado compositor español Federico Moreno Torroba le dedicó siete de sus obras, dando cuenta de su importancia y la consideración que recibió como guitarrista. Entre sus alumnos, podemos citar a Guillermo Fierens, quien posteriormente destacaría con una brillante carrera internacional, siendo reconocido por el propio Segovia como una de sus discípulos preferidos. M. A. Funes llegó al disco en varias oportunidades, lo que nos da la posibilidad de apreciar su sonido que llama la atención especialmente por su calidad y cuerpo.

Lalyta Almirón también fue niña prodigio, aunque de una familia más modesta que María Luisa Anido. Su padre, Bautista Almirón, también perfeccionado bajo la guía de Prat, fue un reconocido maestro, cuyo alumno más notable fue el niño Roberto Chavero, luego conocido mundialmente como Atahualpa Yupanqui (quien nombra a los Almirón en su “canto del viento”) En una de sus visitas en Argentina, Agustín Barrios pasó una larga temporada en Rosario, visitando muy frecuentemente la casa de los Almirón. Barrios dedicó el Minueto en La Mayor a Lalyta, que incluyó obras de Barrios en sus programas desde muy temprana edad. Para ver la precocidad de su talento, sobra como testimonio el programa de éste concierto que dió en el Teatro Solís de Montevideo cuando contaba con 9 años de edad. Junto a su padre, realizaron una larga gira por Europa en 1931 (cuando Lalyta tenía 16 años de edad), con gran éxito, como lo reflejan las críticas periodísticas. Al año siguiente realizó una tanda de grabaciones para el sello Columbia que fueron editadas en Japón (en Argentina fueron largamente desconocidas hasta su difusión ya en la era digital). Luego ejerció la docencia largamente, especialmente en Rosario, como una de las impulsoras del movimiento guitarrístico local y regional. Actuó varias veces con orquesta, realizando en Argentina el estreno del Concierto de Aranjuez. Dejó una notable obra compositiva de muy buena factura. Fue probablemente la primera (y hasta la única) mujer argentina en estrenar un concierto para guitarra y orquesta. También realizó la orquestación de una obra de Agustín Barrios, que por fortuna llegó a grabarse durante una actuación en vivo. Al igual que con M. L. Anido, con quien mantuvo una larga amistad, tuvo una larga vida y dilatada actividad de docente y concertista, manteniendo su asombroso virtuosismo aún en una edad bastante avanzada, pero, a diferencia de ella, el reconocimiento internacional (e incluso el nacional) le fue esquivo en su adultez, al menos en relación a el calibre de su talento.

Un nombre menos recordado en Buenos Aires es el de “Monina” Távora, o Adolfina Raitzin, tal su nombre de soltera. Inicialmente estudiante de piano, Andrés Segovia (durante su larga estadía en Montevideo) la animó a estudiar la guitarra y la tomó como su discípula, siendo ella una de las pocas que tuvo una relación prolongada de maestro-alumna con el maestro español. Lo que parecía ser una carrera meteórica después de su debut en Nueva York, se cortó por su propia decisión, al abandonar su carrera de concertista después de casarse con el empresario brasileño Elysário Távora. Su último concierto fue en 1952 en el Town Hall de Nueva York. Se estableció en Brasil en donde ejerció la docencia. Allí fue la maestra nada más ni nada menos que de dos dúos de hermanos que fueron notablemente famosos: Sergio y Eduardo Abreu y Sergio y Odair Assad. Cuando Sergio Abreu dejó la actividad concertística para dedicarse a la luthería, le obsequió una guitarra, lo que -por fortuna- dió la excusa para que “Monina” realizara una serie de grabaciones caseras para mostrar su sonido. Podemos escuchar en ellas a una artista muy madura, con un sonido calmo y potente, una expresión musical muy transparente y equilibrada, no afectada por arranques virtuosos, con la mayor naturalidad para acceder a toda la coloración de la guitarra, una intensidad expresiva muy atendible y una gran facilidad para resolver la música que ejecuta sin esfuerzo.

Todavía menos recordada es la vida de Nelly Ezcaray, alumna de Bautista Almirón primero, y luego de Prat. Llegó al disco también en varias oportunidades, probablemente en la década de 1940. Ejerció la docencia en su propia academia en Rosario, su ciudad natal. También formó, como Consuelo Mallo López, un conjunto de guitarras integrado por mujeres.

Este pequeño compendio de mujeres guitarristas se centró en aquellas que tuvieron mayor notoriedad, pero no es, ni por mucho, exaustivo o representativo de la cantidad de guitarristas mujeres que fueron relevantes para la escena de la guitarra clásica argentina en la primera mitad del siglo XX. Como para ampliar algunos nombres, habría que citar a Celia Rodríguez Boqué, Victoria Testuri (ambas comenzaron en la guitarra a una muy temprana edad, y Testuri, hija de un constructor de guitarras que trabajaba para Francisco Núñez, formada por García Tolsa, Juan Valler y finalmente por Sagreras, tuvo su propia academia ya en los años 20), Carmen Farré (guitarrista de origen catalán y docente por muchos años en la academia de su esposo, Domingo Prat), Blanca Prat (la hija de Prat y Farré), Lydia Lamaison (quien luego abandonó su carrera de guitarrista para proseguir una muy exitosa carrera como actriz, que es como se la recuerda), Ana María Chazarreta (la hija de Ángel, aquel gran folclorista, y alumna de Domingo Prat), Irma Haydée Perazzo, Adela del Valle (de quien verdaderamente lamento no tener más datos, puesto que fue una alumna dilecta de Julio Sagreras, que también tuvo su propia academia), Elsa Molina, Noemí Toulouse, y un párrafo aparte para Celia Salomon de Font, con una destacada carrera internacional en la década de 1950 que la relacionó con Emilio Pujol (con quien además tomó clases de vihuela), Andrés Segovia (participó en sus famosos cursos en Siena) y Joaquín Rodrigo, que le dedicara una de sus obras para guitarra; también tuvo una larga trayectoria en la pedagogía durante el siglo XX. La lista de ejecutantes que se presentaron en Buenos Aires ejecutando un programa de obras clásicas (y en casi todos los casos, de gran dificultad) sigue y sigue.


Para la década de 1960, del esplendor que Buenos Aires conoció quedaba bastante poco. También, una nueva generación de guitarristas empezó a tomar referencia en otros modos de tocar y de sentir la guitarra. Para 1980, la escuela de Tárrega había sido casi completamente abandonada, y toda la generación de guitarristas que la representó en Argentina mejor que en España dejó de ser motivo de interés de los guitarristas jóvenes, más interesados en las ideas de Carlevaro, cuya irrupción en el mundo guitarrístico marcó todo un cambio de rumbo en la guitarra argentina. Los símbolos de aquella vieja generación (Segovia como primera figura mundial, aún vigente en la ultísima etapa de su carrera, María Luisa Anido como un referente absoluto local, y todas las guitarristas aquí referenciadas que aún estaban en actividad durante 1970 y varios años después) de repente se convirtieron en fósiles vivos, a lo sumo homenajeadas convenientemente. Era necesario dar la impresión de que esa generación había sido superada por la siguiente, con más acceso a la educación formal y a un gran número de conocimientos. Quizá la única que escapó definitivamente al olvido haya sido Anido, por su amplio reconocimiento internacional. El resto de las nombradas murió casi en el absoluto anonimato, cuando no en la pobreza. De varias de éstas figuras que otrora llenaban las páginas de los diarios de gran tirada, en muchos casos, me fue imposible averiguar ni siquiera la fecha de fallecimiento ni dar con descendientes.
El poquísimo espacio que la historia argentina ha dado a la gran generación de guitarristas de la primera mitad del siglo XX ha sido reservado a quienes dejaron alguna composición difundida, como Gómez Crespo, o Julio Sagreras con su monumental obra didáctica. Para el resto, ha quedado tan poco que aún guitarristas clásicos de la más alta formación se sorprenden con este relato. El hecho de que fueran mujeres puede bien haber contribuido a este olvido, pero me temo que ese olvido fue una guadaña que pasó casi sin discriminación.

Sin embargo, con su trabajo, estas figuras realmente señeras abrieron un gran camino, que se sigue caminando en la actualidad. En Argentina, al día de hoy, al menos la mitad de los docentes que trabajan en instituciones públicas enseñando guitarra son mujeres. Algo que es particularmente notable si se tiene en cuenta de que en el mundo de la guitarra popular los espacios recién parecen abrirse para las mujeres en una cultura que relaciona intuitivamente la pulsación de la guitarra con la hombría.
Casos como el de Anido o el de Almirón demuestran que, cuando se reciben las mismas oportunidades, una mujer pudo lograr lo mismo que los hombres de su época, y, de hecho, en ambos casos, diría que un poco más, tanto considerando la carrera profesional que hicieron como -sobre todo- el nivel de virtuosismo que tuvieron y conservaron durante toda su vida.


Este modesto repaso por algunas de ellas pudo ser posible gracias a los relatos orales que recibí de mi padre, el concertista Oscar Rubén de los Reyes, mi querida profesora María Bello, el profesor Emilio Colombo y otras personas que atendieron o despertaron mi curiosidad sobre el tema. Pero fundamentalmente, con la profusa información y documentación que encontré en dos fuentes: el excelente libro de Héctor García Martínez y Randy Osborne “Annotations for the history of classical guitar in Argentina (1822 -2000)” y el artículo de la Lic. Patricia Di Lernia “Consuelo Mallo López, guitarrista argentina”, editado en la revista digital 4’33” de la UNA – Artes Musicales y Sonoras.
No tengo dudas de es apenas un fragmento de una historia muy amplia. Quienes quieran y conozcan más sobre el tema pueden comunicarse conmigo o -aún mejor- compartir algo en la sección de comentarios.

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